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HOJA SUELTA
¡Papanicolau!

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.
Colaborador

El papanicolau pareciera ser para algunas mujeres lo que la cruz para Drácula. Y las entiendo. No debe ser nada fácil mostrar sus recónditos lugares a un perfecto extraño, quien lo primero que hace es abrir las puertas de la dama de par en par, con la malvada intención de introducir por el ojo de la cerradura un espéculo (algo muy parecido a una tenaza para coger pan, pero del tamaño de un taladro, con el que se amplía la vagina), para luego rasparle las entrañas con un pedazo de madera.

Por eso ellas evaden la prueba, como los prófugos de la justicia los retenes policiales. Y su aversión es lógica... pero suicida.

Sí: no tiene ningún sentido -como me dijo una compañera de escritorio- "abrirse de piernas" para algo que no tenga fines sexuales ni fisiológicos. Pero si no se hace -respondí yo, de inmediato- "quien te mire desnuda la próxima vez será un empleado de funeraria, para vestirte de bata y llevarte al sepulcro".

Hace dos meses, a una mujer que tengo cerca de mi corazón le detectaron algo anómalo en el cuello del útero. El papanicolau encendió la luz de alarma. Los médicos no sabían qué era, y la sometieron a otro examen más delicado. Había posibilidad de que fuera cáncer, el virus de papiloma humano (una enfermedad venérea que llega a ser mortal), o simples pólipos, cuya procedencia es un misterio, y sin tratamiento se pueden convertir en veneno.

La semana pasada supimos de qué se trata, pero ese es tema de otra columna.

A todas mis compañeras de trabajo y amigas les comenté el caso, y muy inocentemente les hacía la pregunta más tonta que obligan estas situaciones: "¿cuándo fue la última vez que te hiciste el papanicolau?". Para mi sorpresa, muchas contestaron arqueando las cejas para mirar el techo. Incluso, alguien a quien quiero mucho y tiene casi 10 años de ser doctora en medicina, me confesó avergonzada que tenía mucho tiempo que no pasaba revista. "Hace cuánto", insistí. "¡Cuatro años!", me dijo en un susurro, para que no oyera la paciente que estaba en la sala de espera.

Fue entonces cuando decidí iniciar una cruzada personal pro papanicolau. Porque la vida es hermosa y vale la pena vivirla. A pesar que resulte bochornoso enseñar los tesoros personales... Aunque mis amigas al hacérselo sufran cual vampiros al salir el sol.

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Sin embargo, no respeto a las mujeres

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