Entraron en la computadora todos los datos necesarios. Los fiscales introdujeron sus alegaciones, los abogados sus defensas, los diversos testigos sus declaraciones, y el juez sus indicaciones. Después que todo estuvo completo y ya nadie deseaba hablar más, oprimieron un botón.
La computadora hizo su ruidito característico y en seguida la impresora arrojó una tarjeta. El juez recibió la tarjeta, que decía: "Veredicto: Culpable. Sentencia: Pena de muerte." Todo esto ocurrió en Bangkok, Tailandia. El condenado, Amando Yangkun, de veintiocho años de edad, había matado a una niñita de siete años. Ese fue el primer juicio por computadora que se llevó a cabo en el mundo.
No hay duda de que las computadoras están invadiendo todos los rincones de la vida humana. Se hallan en las oficinas de gobierno, en los bancos, en las agencias de viaje y en las compañías de aviación. Están en los hoteles, en las empresas, en los colegios y en las universidades. Ahora, además, han entrado en los tribunales.
Dicen en Bangkok que ese sistema de justicia rinde magníficos resultados y que es la gran solución al atoramiento de los tribunales y de los juzgados.
Sin embargo, si una computadora, que no es más que un aparato electrónico inventado por el ser humano y que trabaja en base a las matemáticas, puede juzgar a una persona y condenarla a la muerte, ¿qué no podrá hacer Dios, que le ha dado al hombre la inteligencia para que invente la computadora?
Lo cierto es que Dios no necesita ni un minuto para conocer a fondo el delito humano. No es el tiempo el que le da a conocer todos los atenuantes y agravantes, o el que le permite examinar todas las leyes violadas y dictar sentencia. Dios lo sabe todo, y la sentencia ya está dictada desde el momento en que Adán pecó. La Biblia claramente dice: "La paga del pecado es muerte" (Romanos 6: 23).
Con todo, Dios puede hacer lo que la computadora no puede. Él puede perdonar. Y de hecho, todo hombre, al mismo tiempo que está condenado por el pecado a muerte eterna, está, si él lo recibe, perdonado por la obra de Jesucristo en la cruz del Calvario. Ninguna computadora puede decir: "Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar" (Juan 8: 11). En cambio, Jesús no sólo puede, sino que lo hace.
Recibamos la gracia salvadora que Cristo compró para nosotros. El perdón ya es un hecho. La aceptación de ese perdón está en manos nuestras. No rechacemos el amor de Dios. Recibamos su perdón.