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Viernes 19 de mayo de 2000



Sus padres nunca regresaron

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Hermano Pablo
Colaborador

No había para Francesca edificio más intimidante ni pórtico más amenazador. No había, tampoco, un ambiente más frío o un sentir más indiferente. Todo producía aprensión. Francesca era una dulce y linda niñita de seis años de edad. El edificio al cual entraban era un asilo para niños con enfermedades mentales. Y quienes la llevaban de la mano eran sus propios padres.

Hablaron largamente con el médico. Después llenaron una buena cantidad de papeles. La niña, con un leve retardo mental, miraba todo con asombro. Cuando terminaron de hablar, le dijeron a Francesca: "Espéranos aquí. Volveremos pronto." Y diciendo eso, salieron por la misma puerta por donde habían entrado.

La niña quedó sola y confundida en manos de extraños. Y los padres nunca regresaron. La chiquita pasó el tiempo en silencio, sin hablar, sin sonreír, casi sin moverse, esperando inútilmente el regreso de sus padres.

Después de cuatro años, siempre esperando, se ahogó con una semilla de ciruela. No se sabe si fue accidente o si ella misma lo provocó, pero murió esperando. A pesar de su corta edad, tenía un corazón sensible que nunca pudo comprender por qué la abandonaron sus padres.

¡Qué duros e inhumanos son los corazones de algunas personas! A nosotros nunca se nos ocurriría hacer algo así. Y sin embargo, ¡qué fácil nos es estar tan imbuidos en nuestros intereses personales! En el trabajo, en la actividad social, o incluso en la televisión, sin advertirlo estamos, nosotros también, abandonando, con indiferencia, a los hijos nuestros.

A un clérigo, en su último descanso terrenal, lo estaban velando muchos de su congregación. De repente entró un joven a la sala, con rostro que daba todos los indicios de un alcohólico. Contemplando el cuerpo inerte y viendo en torno suyo toda esa gente de maneras refinadas, se le oyó decir: "Ahora sé, padre, dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba."

Parece que aquel clérigo no había comprendido que la primera responsabilidad de todo esposo es su esposa, y la primera responsabilidad de todo padre son sus hijos. Cuando se altera este orden, el resultado siempre es la desgracia.

Necesitamos un guía, alguien que nos muestre el camino y que nos enseñe a andar en él. Ese Alguien es Cristo. Él dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Nadie halla total satisfacción sino por medio de Él. Rindámonos al señorío de Cristo. Él será nuestro Maestro perfecto.

 

 

 

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