¿Por qué me ultrajas y me despojas de mis tierras? ¿Por qué me llevas a los campos de concentración y me matas en las cámaras de gas? ¿Por qué te aprovechaste de mi inocencia de niña de cuatro años y me violaste? ¿Por qué me abandonaste con tres niños y te fuiste? ¿Por qué nos asesinaste cometiendo tan burda masacre porque mi religión era diferente de la tuya, o me llevaste a la hoguera porque no creía como tú? ¿Por qué tu tribu en una noche llegó e incendió nuestra aldea matando a mis padres y cien personas más, quedando nosotros huérfanos y hambrientos, solamente porque éramos de otra tribu? ¿Por qué somos tan sanguinarios y atropellamos la dignidad y maltratamos la vida de otros porque no piensan, no creen como nosotros o son un obstáculo para saciar nuestros intereses bastardos?
La historia de la humanidad es en parte un reguero de sangre y de despojo, de robo y de violaciones, de explotación del próximo y engaños.
¿Cómo dejar atrás esa amenaza constante de convertirme en un furioso Caín? Primero, debo ver cuáles son mis deseos más profundos, los que gobiernan en definitiva mis actos. Cuando son aspiraciones que buscan hacer imperar mi ego y destruir a otros, para conseguir lo que quiero, debo cuanto antes matar mis deseos. Debo extirparlos de raíz.
Segundo, debo analizar cuáles son las influencias más profundas que yo experimento desde fuera de mí mismo, las que me condicionan en muchos de mis actos.
Tercero: caer de rodillas ante el Misterio insondable de un Dios eterno, inmutable, misericordioso, poderoso y pacífico que nos quiere envolver en su amor incondicional, esencia de todo su ser. Intentar tener los mismos sentimientos de su revelación encarnada, Cristo Jesús, quien en su humildad, desapego total, renuncia de todo poder, actitud total de servir hasta dar la vida, consumió su existencia por la causa del Reino, por la salvación nuestra.
Cuarto, ponerse en favor de los atropellados, ofendidos, maltratados y humillados de la historia. De aquellos que humanamente han sido fracasados, considerados como un desecho de la humanidad, acogiéndolos con compasión, es decir, padeciendo con ellos y buscando su inclusión en la marcha ascendente de la humanidad. Todo esto implica una cruzada continua de acciones liberadoras, tanto espirituales como materiales, sabiendo que en la medida en que estemos con las víctimas, no seremos victimarios, siempre con el poder de Dios, con quien somos invencibles.