Fray R. Cantalamessa
Seréis mis testigos
Entre los evangelistas, Lucas es el que da más realce a la Ascensión de Cristo al cielo. La Ascensión cierra «el tiempo de Jesús» e inaugura «el tiempo de la Iglesia».
Si queremos, en verdad, que la fiesta de la Ascensión sea una «fiesta» que no se asemeje, por el contrario, a un triste adiós, es necesario comprender la diferencia radical que hay entre una desaparición y una partida. Quien parte ya no está, no se encuentra más; quien desaparece puede estar todavía allí, a dos pasos, sólo que alguna cosa impide verlo. La partida causa una ausencia; la desaparición inaugura una presencia encubierta. Con la Ascensión Jesús no ha partido, no se ha «ausentado», sino que, por el contrario, se ha establecido para siempre en medio de nosotros. La Ascensión es, por lo tanto, una intensificación de la presencia de Cristo, no una ascensión local, que lo alejaría de nosotros.
Pero, surge una objeción. Si no es ya más visible, ¿cómo será creído en el mundo?, ¿cómo actuarán los hombres para creer en esta su presencia? La respuesta es: ¡él quiere hacerse visible a través de sus discípulos! El evangelista Lucas asocia estrechamente el tema del testimonio al de la Ascensión: «Vosotros sois testigos de estas cosas».
Si todos debemos ser testigos, es necesario saber quién es y qué debe hacer un testigo. Testigo es uno que «atestigua», que afirma una cosa. Pero, no todos los que atestiguan algo son testigos, sólo quien refrenda una cosa que ha visto y ha oído en persona.
El testigo es uno que habla con la vida. En este sentido, el modelo de todo testigo es Cristo mismo, quien ante Pilatos se definió como el «testigo de la verdad» (Juan 18, 37) y que la Escritura llama el «testigo fiel» (Apocalipsis 1, 5).
Jesús sabe bien que nosotros por sí solos no somos capaces de dar testimonio. He ahí por qué, antes de desaparecer de su mirada, Jesús les hace a sus discípulos una promesa: «Vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
Un motivo más para vivir intensamente la novena de Pentecostés y prepararnos para la fiesta de la venida del Espíritu Santo del próximo Domingo. Amén.