No está del todo claro que los jóvenes sean los responsables de su desvío en esta carrera loca que es la vida. Se les acusa de estar viviendo de espaldas a su futuro, sin pensar en lo difícil que se pinta el camino allá adelante.
Se les acusa también de no tener conciencia, de no aprovechar el futuro, de preferir las experiencias inmediatistas y sin fundamento, de hacer, cantar y preferir música sin sentido; de no hacer deporte, de drogarse, de tener sexo sin amor, de ser innobles, de irrespetar a sus mayores y no tener religión.
Los jóvenes, pues, son los acusados. ¿Se les presume su inocencia hasta que se demuestre lo contrario? No. Son acusados, culpables y convictos. Los mayores consideramos hasta herejía su modo de vida. Criticamos su forma de vestir, de caminar, de ver la vida, de reunirse y hasta de dormir. Los censuramos en todo, y advertimos que están destruyendo la sociedad, y que serán los responsables de nuestra aniquilación cultural y moral. Pero ¿son justas estas acusaciones? ¿De verdad pretendemos culparlos a ellos de todo?
¿No somos los adultos los dueños de los medios de comunicación, de donde los muchachos sacan los modelos absurdos y vacíos que usan para imitarlos? ¿Acaso no son los adultos los propietarios de las discotecas donde los chicos se llenan la cabeza de basura y ruido?
Perdemos de vista que son adultos los que producen, trafican y se enriquecen con la droga que ellos consumen. Son adultos los que producen y venden el licor, los cigarrillos, la ropa, la música y el estilo que ellos siguen.
Son los adultos los que se están enriqueciendo con toda esa burbuja de suciedad en la que están inmersos los muchachos. Por eso todo el mundo se limita a criticar, a señalar y a decir que el mundo se acaba por parte de los jóvenes. Pero callan que son los mayores los que soportan este sistema decadente. Los muchachos, viendo todo así, no son más que víctimas. |