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Cultura y desarrollo: Ser o no ser

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Rafael Ruiloba

La cultura sin ser una prioridad política de nuestros países es el centro de proclamas y controversias después del famoso intento del BID y la UNESCO para incorporar la cultura al desarrollo. También es imperativo realizar un análisis sobre el inusitado interés del Banco Mundial por el patrimonio histórico como potencial económico del turismo. Funestas alegorías incitan a Abeles y Caínes a intercambiar sus inocencias y sus culpas.

No creemos que ninguna de estas instituciones merezca el honor de un cenotafio por su devoción humanista, ni tengan algún interés altruista en torno a la cultura. Lo cierto es que un comité de penas y extravíos llegó a la conclusión de que el arte es hoy una inversión rentable y descubren que el patrimonio es objeto de una nueva y globalizada modalidad del delito internacional. El tráfico de bienes culturales.

En cierta forma para los organismos de crédito internacional es importante establecer un lugar para la cultura dentro del modelo económico. Es decir, se proponen hacer lo que hicieron los griegos muchos siglos atrás. Sin embargo, luces de tragedia y paradojas nos indican que la cultura es una barrera humanista contra los objetivos de la globalización como destino de la humanidad.

La homogenización anglocéntrica y el interés único de la economía por la ganancia transnacional abandonan el ethos humanista de los derechos humanos y confrontan a la diversidad cultural de la humanidad.

El problema de fondo es que la cultura no significa lo mismo para los economistas de las IFIS que para los pueblos que encuentran en ella su identidad dentro de la diversidad o para los creadores que encuentran en su tradición la razón de ser. La economía de mercado, la nueva teología promovida a escala mundial, implica un interés único en la ganancia a pesar del gran costo para el tejido social y el fermento de las desigualdades sociales.

Lo cierto es que las nuevas desigualdades creadas por la economía de mercado tienen como paradigma antagónico a la cultura porque constituye el reservorio espiritual de los pueblos que deben ser sometidos al consumo de los desechos económicos e ideológicos del primer mundo como destino de la economía.

No creemos que el agiotismo promueva una ideal cultural para compartir un desarrollo con equidad. No creemos que la expoliación del patrimonio cultural sirva para promover la historia de los pueblos, la democracia y las formas de convivencia basada en los Derechos Humanos.

Lo cierto es que a pesar del enmarañado tropel de circunstancias, la relación entre cultura y desarrollo no termina en un aviso para turista promoviendo la hora del folclore. Es más bien la rosa de los vientos.

 

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