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Hidalgos de sangre y de privilegio

Hermano Pablo | Reverendo

Madrid, 21 de mayo de 1590. Así constan la ciudad y la fecha en cierto documento preparado por un soldado español en representación de sí mismo. Comienza atestiguando que ha servido a Su Majestad muchos años en jornadas de tierra y mar, de manera particular en la Batalla Naval de Lepanto donde perdió una mano de un arcabuzazo. Camino a la corte española, él y un hermano suyo cayeron presos y fueron llevados a Argel. Sus dos hermanas solteras, a fin de rescatarlos, gastaron todo su patrimonio, incluso sus dotes, por lo cual quedaron pobres. Después de libertado, sirvió a la corona española en el Reino de Portugal, y posteriormente prestó servicio en la Armada española. En todo ese tiempo -declara el solicitante-, no se le ha concedido ninguna merced. Por eso pide y suplica humildemente que Su Majestad le haga merced de un cargo en las Indias, de los tres o cuatro que están vacantes. El primero es la Contaduría del Nuevo Reino de Granada; el segundo, la Gobernación de la Provincia de Soconusco en Guatemala; el tercero, Contador de las Galeras de Cartagena; y el cuarto, Corregidor de la Ciudad de la Paz. Firma, «En Madrid, a 21 de mayo de 1590, Miguel de Cervantes Saavedra.»

Aquel memorial, tal vez por carecer de la palanca necesaria en la corte, pasó de un escritorio a otro hasta recibir la firma de nueve burócratas del reino. El último de éstos, el Dr. Núñez Morquecho, al fin escribió en el margen las siguientes palabras: «Busque por acá en qué se le haga merced.» Así fue como se le negó la solicitud.

¿Hubieraa Cervantes escrito el Quijote de habérsele concedido uno de esos puestos en el Nuevo Mundo? Lo más probable es que no, no porque allá por las Indias no hubiera podido escribir magistralmente, como tantos otros lo han hecho, sino porque seguramente otros temas lo hubieran apasionado más que el del ingenioso hidalgo de la Mancha.

Ahora bien, la pregunta que debiera importarnos aún más es: Si Cristo no hubiera venido al mundo, ¿habría salvación para nosotros? A Dios gracias que el tema que más lo apasionó fue el de nuestra salvación. Por esa redención pagó el precio más alto posible cuando envió a su ingenioso Hijo al Viejo Mundo a encarnarse y a derramar su sangre por nosotros. ¡Y lo hizo para que pudiéramos llegar a ser hijos suyos, nobles hidalgos de sangre y de privilegio divino!



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