La frustración ante un futuro incierto y la decepción cunden entre los iraquíes, que conmemoró ayer el quinto aniversario de la caída del régimen del difunto dictador Saddam Hussein tras un repunte de la violencia en las últimas semanas.
Muchos aún conservan en sus retinas la imagen que se convirtió en el símbolo del derrocamiento del dictador, el derribo de su imponente estatua en la plaza de Firdaus, en pleno centro Bagdad, por soldados estadounidenses, que dio paso a cinco años de violencia sectaria.
"El ambiente de fiesta que trajo consigo la caída de la estatua de Saddam Hussein se convirtió más tarde en una pesadilla continua", se quejó el analista suní Abdelqader Obeidi.
Para Obeidi, "cualquiera que diga que el 9 de abril de 2003 es un día extraordinario está equivocado, porque ese día el Estado se derrumbó junto con el régimen de Sadam".
La brutalidad durante los tiempos de la dictadura fue sustituida por la era de los funerales, la aparición de los llamados escuadrones de la muerte, responsables de la matanza de miles de civiles, y el desmantelamiento de todos los servicios básicos.