El Jueves Santo es, según el cantar popular castellano, uno de los tres jueves del año que "relucen más que el sol". Conmemora la institución de la Eucaristía, el Sacramento del amor. Es, por lo tanto, el día del gran regalo de Jesús a la humanidad.
En vísperas de morir ignominiosamente por nosotros en la Cruz, no podía dejarnos en testamento mayor don que el de su misma Sagrada Persona: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, hechos alimento de nuestra vida espiritual. Por eso es este un día grande, feliz, consolador.
La proximidad de la Pasión del Salvador cohíbe, sin embargo, a la Iglesia un tanto y pone en la misa de hoy un dejo de tristeza y dolor, que la liturgia expresa haciendo enmudecer el órgano y las campanas.
En las iglesias, catedrales, en las grandes parroquias y en los monasterios tiene hoy lugar, después del mediodía del Jueves Santo, la ceremonia del lavatorio de los pies o "Mandátum" a doce o trece pobres.
Está a cargo del prelado o superior, y es un acto solemne de humildad, imitando el hermoso gesto de Jesús con sus discípulos, antes de comenzar la Cena Legal. Además es una solemne promulgación anual del gran "Mandato" de la caridad fraterna, promulgado por el Divino Maestro al tiempo de partir de este mundo.
En la tarde del Jueves Santo hay dos actos litúrgicos: 1. El Lavatorio de los pies y 2. Las Tinieblas, y además los fieles visitan los "monumentos" y hacen ante el Santísimo una "Hora Santa".
Jesús nos enseñó la humildad con su ejemplo: Nació en un pesebre ajeno en Belén, el Jueves Santo comió en una mesa ajena con sus discípulos y estableció el sublime sacramento del Amor a la humanidad: La Eucaristía y el Viernes Santo, muere en la Cruz que estaba destinada a Barrabás, el criminal, y es sepultado el Sábado Santo en un sepulcro ajeno de propiedad de José de Arimatea.