El paternalismo es una costumbre enquistada en las más profundas raíces del panameño. La forma más común de mostrar que esta cómoda actitud no ha cambiado con el tiempo, está en la manera como se manifiestan algunas huelgas y paros en nuestro país.
Enquistado al paternalismo como su mejor compadre, tenemos la politiquería barata que "aupa" las componendas que no dejan bien parados a quienes las emplean.
Para desgracia, estos arreglos a lo criollo se vuelven parte del estratégico juego que aprenden los que asumen el papel de administrar empresas difíciles.
El abusado se transforma en "abusador" y si tiene que transgredir ciertas leyes, bajo el paraguas del beneficio del pueblo no dude que usará las mismas armas que ha criticado a otros. La ley del "boomerang" les toca a todos en su momento. Quizás menos si no ha sido tan deshonesto con su causa.
Enquistarse a la sombra de la historia parece costumbre permanente de muchos dirigentes que no trascienden el proceso de cambio. Acomodan la realidad de las mayorías a sus circunstancias particulares, jemplos de estos hay en los aciertos y desaciertos de diversos sindicatos y organizaciones.
La práctica constante de este hábito lleva al "monje" hacia el vicio histórico de la dependencia diaria. Hace norma estricta el acudir al método del paternalismo cuando la salida se ve lejos.
¡Qué maña!, no sé si es un rito, una rutina o cuestión de genes, pero ciertas experiencias laborales en las naciones subdesarrolladas han revelado que al protegerlas de manera paternalista, se las condena a desaparecer (asentamientos campesinos, algunos sindicatos, cooperativas, etc.)
Me comentaba un obrero de Puerto Armuelles, que durante la época de prosperidad de ese sector, los trabajadores botaban la lata como agua. El río de bonanza en aquellos años de oro no se puede comparar porque hoy está casi seco y duro de administrar en esta etapa de austeridad económica.
Concluyó que "ahora hay que guardar bien los reales porque no todos pueden ser jefes. Por suerte, pensé con la cabeza y cuando cobraba buen billete pague mi casa, compré otra y puse un negocito que me saca de apuros". Lástima que muchos de los obreros de las bananeras no pensaron así.
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