Cuando jóvenes creemos tener el mundo tomado por el cuello y todo cuanto nos rodea debe rendir honores a nuestros presumidos designios. Fatal ilusión impulsiva que a la postre cae destroncada por las traiciones de la vida.
Cursaba el año de 1954, era quien les escribe el bisoño barbiponiente apresado de todos los orgullos, llevado de la mano del doctor Goytía y de don Luis Fábrega (q.e.p.d.) consagrándome el sacrosanto rol de ser su candidato a diputado en la provincia de Veraguas.
Fui conducido al estado político de las competiciones, siendo el candidato más joven a la sazón, rodeado de las adversarias y vetustas experiencias que me llevaron con prioridad al callejón sin salida, atrincherado en el universo de las rivalidades inagotables.
Las cruentas tormentas tienen la particularidad de ser hirientes e inolvidables y más cuando ellas acaecen a las mentes noveles asequibles a los experimentos de la gente acostumbrada a hacer prevalecer siempre sus opiniones por cuestiones de poder.
Y hoy, en esa perpetua y permanente confrontación interior, he llegado a extractar dos verdades inmortales e insoslayables, el viento como las olas son indestructibles, la ignorancia como el dinero son invencibles. Y revolcado fui por aquel aluvión al que defendí tanto desde la tribuna del pedagogo infatigable. Cuando el pueblo es cubierto por los lienzos oscuros del desconocimiento, es en él todavía más peligrosa su agresividad. Al sembrador de ideas le insultaban en pleno rostro, semejante al vagabundo de imparable tránsito, tú no puedes ganar porque eres un limpio; y aquí, me di cuenta de una gran verdad: que en la vida se pueden conocer todas las formas del abandono, porque antes de morir todas las hemos sufrido.