Estimulado por ese particular calor interno que me embebe y vitaliza, proyectando la mirada hacia la ciudad ensalzada por la herencia incontrovertible arraigada en la sublime personalidad heroica del aguerrido indio Urraca, cuyas hazañas y azares constituyeron el templo tornado en estandarte invulnerable del hombre veragüense, por cima de todos los males aviesos ineludibles, entro a escrutar lacónicamente su fondo fecundante. La ciudad de Santiago, centinela sin sueño, constituida por estrechas callejas en el pasado, ha amamantado de sus pezones impolutos los Rómulos y Remos vistiendo la patria del mostrado linaje ostentoso de lienzos gloriosos y elevados en las trisnadas luchas perpetuas para la posteridad.
Ciudad imponente de semblante intelectual: Mario Augusto, Mario Riera, Gonzalito, Changmarín, Herrerabarría, Santacoloma, Polidoro, Nacho Valdés, Gonzalo Castro, baluartes que tuvieron el coraje de hablar con las estrellas, unos vivos, otros muertos, para ellos aún el astro rey no ha entrado a cabalgar sobre las alas amicales de la noche, en la mansedumbre del entorno celeste. Espíritus imparciales y objetivos precursores del descubrimiento de las causas de los acontecimiento inmortales.
No deseo con estas someras anotaciones examinar los conocimientos separándome de un Herodoto o de un Tucídides, pero los antes mencionados, cooperaron en la cobija del presuntuoso edificio del pasado, donde acudimos a robustecer la inteligencia de sorpresas que demandan todavía la llegada auroral del infinito futuro. Fueron los visionarios venidos a indagar el tiempo, blandiendo con sus espadas vencedoras en virtual desafío, las incógnitas que hicieron temblar el mundo. Tienen estos paradigmas morales, estas cumbres reales que encarnan los valores, las virtudes centradas que orientan sus conductas. ¡Solo los siglos se arrodillan abatidos ante el paso silencioso del tiempo!