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Jueves 2 de marzo de 2000




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Mi corazón... Para mi hija

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Redacción
Crítica en Línea

María Navas, de Buenos Aires, Argentina, se preparó para ir al hospital. Tenía que visitar a su hija Antonia, de diecisiete años de edad. Antonia sufría de una enfermedad congénita del corazón y sólo un trasplante podría salvarla.

María se arregló bien el cabello y se puso su mejor vestido y los zapatos más nuevos. Antes de salir, prendió en su blusa una extraña nota: «Dono mi corazón para mi hija Antonia.» A los médicos del hospital ya les había dicho: «Si yo muero, ya sea por un accidente o lo que sea, quiero que mi corazón sea para mi hija Antonia.»

En la sala de espera del hospital extrajo sigilosamente un revólver de su cartera, y en un abrir y cerrar de ojos María Navas se pegó un tiró. El disparo sorprendió a todos, y aunque la atendieron inmediatamente, era muy tarde.

Los cirujanos entonces cumplieron su última voluntad. Trasplantaron el corazón, todavía palpitante, de la madre en el pecho debilitado de la hija.

Ese caso conmovió a la Argentina. Una madre se había suicidado para que su corazón salvara la vida de su hija. Era el corazón que toda la vida, en profundo amor de madre, había palpitado por su hija, y que ahora seguiría palpitando hasta que la hija partiera de esta vida.

Sin comentar sobre el aspecto moral de este hecho, no podemos menos que pensar en la gran cantidad de madres que, cuando menos aparentemente, poco les importa el bienestar de sus hijos.

Hay madres que llevan una vida licenciosa, vendiendo su cuerpo al primero que les da unos cuantos pesos, dejando a sus hijos a merced de las maldades de este mundo. Hay madres que llevan una vida de alcoholismo y ni cuenta se dan si sus hijos tienen qué comer, o qué vestir, o techo donde cobijarse. Y hay madres que, seducidas por el vicio de las drogas, dan a luz criaturas que nacen adictas. Todo esto nos lleva a preguntar: ¿Habrá hecho mal María Navas en suicidarse para que su hija Antonia pudiera vivir?

Si las hay, son contadas las madres en todo el mundo que con gusto destruirían a sus hijos. En cambio, abundan las madres que son víctimas de la calamidad social de este mundo, y de quienes personas sin escrúpulos se aprovechan.

En medio de su dolor, querida madre, levante su voz al cielo y pida de Dios ayuda para librarla de su angustia. Él sólo espera su clamor.

 

 

 

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