Fue sólo un mordisco. Un mordisco que dejó con nitidez marcados los cuatro incisivos y los dos caninos. Un semicírculo casi perfecto, que empezaba a ponerse morado. No era la mordedura de un perro, ni la de un lobo, ni la de un chacal ni la de una hiena.
Era la mordedura de un hombre con SIDA, mordedura que David Scott, de cuarenta y cuatro años de edad, le hizo a Eugenio Fischer, de treinta y ocho, cuando éste lo asaltó para robarle. Sarón, la esposa de Eugenio, al enterarse de que un hombre con SIDA había mordido a su esposo, murió de un infarto. Era un simple mordisco, pero desencadenó un intenso drama.
Muchas veces llamamos a alguna cosa «algo sencillo» porque para nosotros tiene poca importancia, cuando lo cierto es que ese «algo sencillo» puede tener grandes consecuencias para otros. Una joven, por hacerle una broma a una compañera casada, le puso en el bolsillo una nota de papel con la frase: "Te amo" El marido de ésta halló la nota y tuvo tal ataque de celos que se divorció de ella.
Un hombre, por darse un gusto estúpido, besó a una mujer en el cuello mientras iban en un autobús. Le dejó una marca tan visible que el esposo la vio y no aceptó ninguna explicación de la señora. Para él, ese era el beso de un amante. La impresión fue tal que los dos se separaron y perdieron para siempre la felicidad que habían disfrutado como pareja.
Causas al parecer muy simples pueden desencadenar grandes tragedias. Una joven señora le dijo en broma a su marido: «¿Qué dirías tú si yo te engañara?». El esposo no dijo nada. Abrió la boca y trató de aspirar aire, pero un paro cardiaco acabó de inmediato con su vida.
En todos estos dramas hay una causa común: la falta de fe. Vivir sin fe, en continua desconfianza y sin seguridad, es vivir al borde de la desgracia. Si hay algo que nos destruye, es la desconfianza. Necesitamos poder confiar en nuestra esposa, en nuestro esposo, en nuestros hijos, en nuestros amigos.
Algo inexplicable nos sucede cuando tenemos una firme relación con Dios. La fe en Dios nos da fe en nuestros semejantes, y aun cuando algunos nos fallen, no nos desesperamos porque esa fe contrarresta las imperfecciones humanas. La fe en Dios nos da fe también en nosotros mismos. Confiemos en Dios de todo corazón. Él nos dará la paz que los celos quisieron robarnos. Tengamos fe en Dios. |