Cuando el ataúd gris de Jaime Rodrigo Gough comenzó a bajar hacia la tierra y una suave voz de hombre se escuchó a lo lejos entonando el Ave María de Schubert, un globo se elevó al cielo con un rezo que decía ''eres un gran hombre'' y los padres del joven asesinado la semana pasada se fundieron en un abrazo.
La escena, presenciada el martes por la tarde por centenares de familiares, amigos o conocidos, y seguida de lejos por un grupo de reporteros, representó el fin de una de las más difíciles semanas que el Condado de Miami-Dade ha vivido, desde que despertó el martes pasado con la noticia de que un adolescente de 14 años, Michael Hernández, había degollado a Gough en un baño, a pocos metros del aula donde estudiaban.
''Esto no tiene sentido, no tiene ningún sentido'', dijo a El Nuevo Herald el superintendente del sistema escolar, Merret Stierheim, profundamente conmovido aún con la imagen del joven Gough acostado en el ataúd fresca en la memoria, y consciente de que la tragedia ocurrió bajo su guardia.
''Los niños van a la escuela a aprender, no a matarse'', dijo.
Lo mismo pensó Osmayra López, una madre que fue al entierro del joven y que al terminar la ceremonia se acercó a los reporteros para hacer un llamado. ''Los padres deben saber qué llevan sus hijos en las maletas cuando van a la escuela. Deben registrarles las maletas. Todos somos responsables'', dijo.