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Apunta bien, no vayas a errar el blanco." Quien así hablaba era Tony Jackson, infante de marina de veinte años de edad. "Cuidado -dijo otra vez-. Apunta bien." Y Yolanda García, de diecinueve años, novia suya, levantó el arma. La muchacha apuntó al hombro de Tony, tal como habían planeado. Luego, cerrando un ojo, como para calcular bien la trayectoria, disparó. Pero Tony recibió el balazo en la cabeza. Quince días después murió a consecuencia del disparo.
Todo había sido algo tramado entre los dos a sugerencia de Tony mismo. Yolanda, con mucho cuidado, dispararía al hombro de su compañero. Éste, por la herida recibida, se esperaba que herida leve, sería dado de baja de la infantería de marina. Eso resolvería el problema de ambos de querer divertirse a gusto cada fin de semana.
Pero Yolanda erró el blanco. Ese no era el plan. Ella no hubiera matado a su novio por nada en la vida, pero erró el blanco. Su compañero estaba muerto, y ahora ella tendría que enfrentar un juicio por homicidio. Es algo muy serio errar el blanco. Un error así puede ser, como en este caso, mortal.
"Errar el blanco" es uno de los términos específicos que emplea la Biblia para definir el pecado. El término griego es hamartía, que significa precisamente "errar el blanco". Es igual que "no hacer lo recto".
El plan de Tony y Yolanda fue un plan insensato. Infligirse una herida uno mismo sólo para lograr la baja del ejército es delito. Y pedir a una muchacha inexperta que dispare un arma es una insensatez.
¡Cuántas veces erramos el blanco en la vida! ¡Y no tiene que ser con el disparo de un rifle! Son nuestros errores en el sentido moral. Eso incluye quebrantar cualquiera de los diez mandamientos dados a Moisés. Mandamientos como: "No cometerás adulterio", "No matarás", "No darás falso testimonio", "Honra a tu padre y a tu madre."
Errar el blanco en las leyes de Dios es ir contra los principios de moral y justicia. Ese es el peor de los errores. Buscar un amor aparte del matrimonio es errar el blanco. Falsear las pesas y medidas del negocio es errar el blanco. Toda mentira, todo engaño, toda simulación e hipocresía es errar el blanco. Si invitamos a Jesucristo, el Hijo de Dios, a que sea el Señor, el dueño y el maestro de nuestra vida, no tendremos razón alguna para "errar el blanco".
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