«Para mis gatitos», decía siempre Marysse D'Encause, anciana francesa de rostro bondadoso. Ella entraba en varios mercados y compraba, regateando el precio o pidiendo gratis, comida para sus felinos. Caminaba cuarenta cuadras al día por las calles de Lyon, Francia.
Pero en las bolsas no sólo llevaba comida de gatos. También llevaba cocaína. Compraba una cosa y vendía otra. Y ese negocio le daba miles de francos al día. Alimentaba diariamente sesenta gatos, y envenenaba diariamente a quién sabe a cuántos adolescentes.
El amor a los animales es bueno. Revela nobles sentimientos y espíritu humanitario. A nadie le gusta que se maltrate a los caballos, los perros, los gatos o los bueyes. Pero cuando el amor a los animales excede el amor a los seres humanos, nuestros valores están trastornados.
Esa anciana era feliz cuando podía darle comida a los sesenta gatos. Y no pensaba en los sesenta o más adolescentes que en esos mismos momentos se hundían en la niebla gris y destructora de la droga. Cuando fue descubierta y arrestada, dijo: «Es que tengo en casa sesenta gatitos vagabundos.»
¿Dónde están nuestros intereses? ¿Cuántos gatos estamos alimentando en nuestra propia vida? ¿Cuántas actividades insignificantes estamos mimando mientras que lo importante, nuestro bienestar moral, la honra del cónyuge, el cariño a los hijos, el cuidado de nuestra reputación, se está destruyendo por la negligencia?
¿Será posible que, por un lado, estemos atendiendo a nuestros deseos carnales y egoístas, «alimentando gatos», mientras que por el otro estamos destruyendo la fibra moral y espiritual de nuestra vida?
Es tiempo que despertemos. Somos cuerpo, alma y espíritu, y por atender solamente el cuerpo fracasamos moral y espiritualmente.
Démosle valor a lo que de veras lo tiene. Pidámosle a Dios que sensibilice nuestra conciencia. Él quiere que vayamos hacia la perfección.