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Por una bola de billar

Hermano Pablo | Reverendo

Sin lugar a dudas, fue el peor día de su vida. Ese día Augusto Sánchez, dueño de la sala de billar «Los Ticos» en San José, Costa Rica, tuvo un altercado con un cliente. No logró contenerse cuando éste, en una jugada torpe, le pegó a una de las bolas de billar con tanta fuerza que saltó de la mesa, brincó en el cemento y fue a dar a una alcantarilla donde desapareció.

Luego de expresar enérgicamente su desaprobación, Augusto condujo al cliente al puesto de la guardia civil, que quedaba cerca de la sala de billar. El acusado de extraviar la bola aceptó pagarla en abonos semanales hasta completar el valor total. Ya era casi la medianoche del sábado cuando culminó el incidente.

A pesar de que habían llegado a un acuerdo, Augusto, que tenía 55 años, se empecinó en rescatar la bola. Así que levantó la tapa de la alcantarilla y se metió en ella.

A las dos de la mañana del domingo, la central de radio patrulla recibió la alarma. Hacía dos horas que Augusto había entrado en la alcantarilla, y no había salido. El cabo Eloy Sánchez Guarín, usando una pala, bajó por la alcantarilla en busca de Augusto. Pero el túnel tenía apenas un metro de diámetro y estaba lleno de inmundicias y de agua de albañales que brotaban esporádicamente de los tubos laterales. A duras penas el cabo llegó hasta unos 300 metros y halló en estado agonizante al dueño del billar. Haciendo un gran esfuerzo, poco a poco extrajo del estrecho túnel a Augusto. De allí una ambulancia lo condujo velozmente hacia el hospital San Juan de Dios, pero Augusto Sánchez falleció antes de llegar.

Lo incomprensible del caso es que ya se había establecido la forma de pago de la bola perdida. Augusto no tenía por qué insistir en recuperarla, ya que con ese dinero podría comprar una nueva. ¡Y no era más que una simple bola de billar! Sin embargo, a fin de salirse con la suya, el determinado hombre corrió el riesgo de perderlo todo por algo que relativamente no valía nada.

Es posible que nos parezca absurda la conducta de Augusto Sánchez. ¿Pero acaso no hay muchos que, cada uno a su manera, están corriendo el riesgo de perderlo todo por algo que en realidad no vale nada?

Más vale que sigamos el consejo de Cristo en el Sermón del Monte: que busquemos, ante todo, el reino de Dios y su justicia. De hacerlo así, Él nos promete que las cosas que más nos preocupan nos serán añadidas.



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