Así como en las prestigiosas universidades de Harvard (EE.UU), Bristol (UK) y Reykiavik (EXURSS), se gradúan en masa posibles gobernantes de manera que no lleguen improvisados al poder, acá en Panamá tiene que existir un entro de estudios secreto, en donde adiestren a los nuestros. No puede ser casualidad que cada gobierno que sube, se lo pase achacando hasta la falta de pulgas y cebollas al gobierno anterior.
Rebuscando en nuestras raíces, supongo haber descubierto la fuente donde se forman nuestros funcionarios. Es un poblado que se llama La Perrera, muy metido entre las fronteras de La Chorrera y Arraiján, eternamente inmerso entre espirales de polvo colorado y lodazales del mismo tono, dependiendo de la estación. Se le conoce como La Perrera y no se ven los perros.
Resulta que un cura que daba misas en los albores del siglo pasado, se mandó un sermón tan fuerte, que la gente que se cagaba en los caminos y le echaba la culpa a los perros, decidió salir de ellos porque más era el tiempo que el cura se pasaba limpiando la botas de boñiga humana, que lo que duraba la eucaristía.
La actitud de tapar incapacidades culpando a otros se esparció por el país.
Esta forma de gobernar endémica hoy día, comenzó indudablemente con las embarradas de las botas del cura.
Este pueblo es tan especial que achacan la falta de centro de salud, escuela y vías, a que nadie les inspira a votar, lo dicen con la misma cara que presidentes, funcionarios y ministros cuando se excusan de algo, pude ver el mismo principio genético de poner los ojos de cordero degollado y frotarse las manos mientras inician la respuesta elusiva con la muletilla gutural de marca registrada: Eeeeee...Eeeeee, la percibí cuando pregunté por la desaparición del único pozo artesiano del pueblo, el 90% acusó al gobierno de la señora Yeya, un 5% culpó a los compradores de hierro y el otro 5% que el agua de la quebrada era mejor.