«María Teresa de León tiene... piel color canela, ojos negros, grandes y expresivos, y cabello oscuro que a veces brilla a la luz del horno de leña en su lugar de trabajo. Pero lo que más resalta de María Teresa son sus manos, delicadas, pero fuertes a la vez... manos que conocen el trabajo....
«... La panadería de su padre, la San Antonio, está localizada en una de las empedradas calles que se pierden bajo la sombra del Volcán de Agua, en la antigua capital colonial de Guatemala. El padre de María Teresa... veía a sus clientes como sus amigos, como su familia.
»Formaba una montaña de harina sobre una vieja mesa de trabajo de madera. Con un viejo guacal redondo, formaba una poza perfecta en medio de la harina, donde ponía una montaña más pequeña de azúcar y de canela. Cuidadosamente quebraba cuatro huevos y los derramaba sobre la harina, y poco a poco agregaba agua hasta que se formara una masa gruesa y amarillenta. Con sus manos formaba la masa para convertirla en los molletes, las champurradas, los obispos, las tortas de huevo, es decir, todos aquellos bocadillos que durante generaciones han agraciado las paneras en las mesas de incontables casas antigüeñas.
»Su hija, desde pequeña, ayudaba en la tarea de hacer el pan como lo hizo él mismo con su madre. Él murió hace varios años. Ahora es su María Teresa quien todas las mañanas evoca el recuerdo del panadero original...
»María Teresa dice que amasar el pan es tan sabroso como comérselo..... Con sus manos, todas las mañanas, ... hace que perdure el legado que recibió de su padre. Al convertir la harina en pan, lo hace con el cariño... de alguien enamorado.
»Ese amor... por lo heredado es el principal ingrediente del pan que todas las mañanas amasa en la Panadería San Antonio...»
Así concluye el reportero Harris Whitbeck este capítulo de la obra ilustrada con bellas fotografías titulada Guatemala inédita. Quiera Dios que los que hemos disfrutado de la bendición de tener padres apasionados por enseñarnos lo mejor de lo que aprendieron ellos mismos de sus padres, determinemos cada mañana mostrar ese mismo amor, legándoselo así a nuestros propios hijos. O de no haber disfrutado de la bendición de tener tales padres, quiera Dios que determinemos serlos nosotros mismos.