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REFLEXIONES
"Año 2000: el primer día"

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Carlos Christian Sánchez C.
Relacionista internacional

Cuando pequeños, durante la década de los setenta, pensar en el año 2000 era como ver el futuro. El hombre ya se imaginaba explorando nuevos mundos, la ciencia se adentraba en la cura de las enfermedades, las guerras habían acabado y la paz reinaba sobre toda la faz de la tierra.

También, algunas aves de mal agüero anunciaban mensajes apocalípticos, desastres naturales terribles y conflagraciones mundiales. Crecimos en ese ambiente desigual; sólo confiábamos en Dios para salvar la dura prueba de la enemistad entre los hombres y vivir en un mundo materialista. Los escritores se imaginaban la superficie de nuestro planeta cubierta de gases venenosos, radiaciones peligrosas sobre ruinas de viejas ciudades, la naturaleza recobrando el terreno perdido por culpa de los "homos sapiens". Esa era la visión del autor de aquellas tiras cómicas de Buck Rogers, allá en los años 1940. Otro iluso, como Arthur C. Clake, describía en el año 2000, el comienzo de la "Edad de Oro" del hombre. Naves espaciales volando hacia los confines del Universo, las naciones de la tierra habían colonizado Marte y los gélidos mundos exteriores. Hasta el viaje a la luna se convertiría en un trayecto de placer.

Increíblemente, hoy vemos el amanecer de un nuevo milenio. Quizás esté nublado o haya un cielo diáfano. Pero debemos reflexionar sobre lo que la humanidad debe buscar, como meta esencial, en el siglo XXI. Se nos inculcó no mirar hacia atrás, aunque vale la pena decir que nosotros, la generación que llega a esta nueva etapa histórica, deberemos evitar el cometer los errores del pasado.

No podemos permitir en el siglo XXI una Tercera Guerra Mundial, la cual convertiría al planeta en un erial, mientras la atmósfera se consuma en llamas. O volver a repetir los holocaustos cometidos contra nuestros hermanos en Europa, Africa y el Asia, como aquellas imágenes que vimos en los campos de concentración nazi en Bochewald o Auchswitz. Que jamás se copie la lección infernal de Hiroshima y Nagasaki. Evitemos que nuestros gobernantes presionen el "Botón Rojo" y asesinen a millones de personas, sólo porque el prójimo piensa diferente a nosotros.

Panamá no escapa de esas responsabilidades. Nacimos hace cinco millones de años, de entre las espumas surgidas en la lucha de los continentes y los mares universales. El Istmo se levantó como si el Creador se dijera que despertase para cumplir una sagrada misión: Ser el Centro del Mundo y Corazón de la América.

Pocas horas han pasado desde que tenemos el Canal Interoceánico. Pero unas preguntas salen a palestra en este glorioso día: ¿Qué hacemos ahora con la vía acuática? ¿Cómo la protegeremos? ¿Cómo podemos beneficiar a los panameños, sin despreciar la atención a los usuarios de la ruta marítima mundial?

Lo decía muy bien un especialista político en el tema canalero: Debemos hacer rentable el Canal y que genere beneficios económicos a los istmeños. Tantas cosas podemos hacer para servir a la Comunidad Internacional y a las naves que pasan por nuestro país, que dinero suficiente se puede hacer para dar empleo a los jóvenes esperanzados en cooperar con el desarrollo de la humanidad. Casi doscientos millones de dólares dará el Canal al fisco panameño. Y ojalá que los presidentes de turno, junto con sus ministros o asesores, no piensen jamás en tocar siquiera esos fondos destinados a nuestra Patria y a su pueblo.

Desde una playa cercana divisó el sol del nuevo milenio. No sucedieron las plagas anunciadas por los eruditos de la metafísica y la profecía. Pero, por si acaso, así como el Santo Padre bendijo en la Puerta Mística de San Pedro el nuevo período milenario, todos los hombres y mujeres que habitamos la tierra, debemos hacer la promesa de que el futuro venidero no será el mismo tiempo que acabamos de pasar, como lo fue la Vigésima Centuria, mejor conocida como "El Siglo de la Violencia". La paz es nuestra tarea. No perdamos la oportunidad.

 

 

 

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