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 Domingo 8 de agosto de 1999


ERNESTO J. CASTILLERO LO DICE EN UN LIBRO DE 1950
Morgan no quemó Panamá

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Redacción
Crítica en Línea

Enrique Morgan se tomó el Castillo de San Lorenzo, en Colón, en Diciembre de 1670. Esto le abrió el camino para venir a Panamá y lo hizo remontando en botes artillados con 32 cañones el río Chagres.

Morgan comandó a 1200 filibusteros de distintas nacionalidades, quienes en condiciones precarias llevaron a cabo la hazaña de hacer el cruce del Istmo desde el Atlántico al Pacífico, para asaltar y robar la rica ciudad de Panamá. La difícil travesía se inició el 18 de enero de 1671.

Diez días después, luego de una fatídica marcha durante la que prevaleció el hambre, los piratas llegaron a Panamá, donde les esperaban dos escuadrones de caballería de 200 jinetes, 1400 infantes, varias partidas de indios y negros y dos recuas de toros bravos manejados por treinta vaqueros de Pacora. Al frente de todos ellos estaba don Juan Pérez de Guzmán, Gobernador y Capitán General del Reino.

LA BATALLA

Morgan adelantó su marcha hasta llegar a un cerro que domina la llanura entre los ríos Matasnillo y Río Abajo (denominado entonces "Gallinero") y al ver la posición de las fuerzas españolas, concibió el plan de ataque distribuyendo su gentes en tres columnas. La primera, de vanguardia, compuesta de 300 piratas, la puso al mando del Coronel Prince y del Mayor John Morris. La retaguardia, también de 300 hombres, la encomendó al Coronel Bleary Morgan, su pariente. El, asistido por el Coronel Collier, se reservó el mando de la columna del centro integrada por 500 foragidos.

Vino el choque. Enfangada la llanura por las lluvias de los días anteriores y el desbordamiento del río Matasnillo, la caballería castellana no estuvo en condiciones de desempeñar su papel de agresividad. El uso de los toros bravos, por otro lado, fue igualmente un fracaso porque astutamente Morgan ordenó a sus arcabuceros: "tiren a los vaqueros" y las bestias, faltas de dirección y asustadas con el ruido de la moquetería y los gritos de los combatientes, echaron a huir, atropellando a su paso a la infantería española. Esta se replegó desconcertada y en desorden. La caballería, a su turno, no pudiendo maniobrar por las condiciones fangosas del suelo y castigada por la metralla de los ingleses, también huyó.

Los resultados de la batalla de Matasnillo fueron más de 600 muertos por parte de los hispanos, muchísimos heridos y cientos de prisioneros.

EL INCENDIO

No habían los piratas acabado de escoger su cuartel, para el cual fue seleccionada la iglesia de La Merced, que era la más cercana al puente del Matadero por donde habían entrado, cuando el incendio estalló en la ciudad.

Un tal Esquemeling, médico cirujano de Morgan e historiador de la proeza, le atribuye al pirata la orden secreta "de que se le prendiera fueron a varios de los grandes edificios de la ciudad". Hay motivos, sin embargo, para dudar de la veracidad de esta afirmación, hija tal vez del resentimiento del cirujano holandés contra su jefe por la conducta posterior de éste en la distribución del botín y la estafa escandalosa de que hizo víctimas a los propios compañeros.

Muchos historiadores, aún en nuestros días, han repetido la infundada acusación contra Morgan de haber destruido por el fuego a la vieja Panamá apenas se hizo dueño de ella. Mas en los archivos oficiales de España hay un informe del propio Gobernador don Juan Pérez de Guzmán, escrito en Penonomé, en que dice: "yo di orden para que se pegase fuero a la casa de la pólvora, como se ejecutó y me retiré a Penonomé".

El Alférez Real de Panamá, don Fernando Mohedano y Córdova, Caballero Veinticuatro del Cabildo, en declaración que rindió en Cartagena aseguró: "El Gobernador Juan Pérez me obligó a retirarme a Capira y de orden suya se pegó fuego a la ciudad por cuatro partes antes de que entrase en ella el enemigo".

Existen otros testimonios de españoles presentes en Panamá en la fecha, que ratifican lo manifestado por los funcionarios citados, Y eso debió ser lo que ocurrió, en verdad, porque la razón dice que no iba el audaz pirata a cometer la estupidez de incendiar, apenas tomada, la ciudad objeto de su codicia, para destruir su riqueza fabulosa en busca de la cual había venido sufriendo tantas penalidades y trabajos, como hemos visto.

 

 

 

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