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  OPINION

HOJAS SUELTAS
Un libro en el excusado

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Eduardo Soto P.
Colaborador

En la casa de los pobres, en el San Felipe de mis nostalgias, sólo dos de los viejos cuartos tenían balcón. En uno de ellos vivía aquel hombre, panameño de a pie que me enseñó una gran lección: la pobreza no es una condición del bolsillo, sino una actitud ante la vida y nada más.

�l vivía en el vetusto cuartucho de madera (que era "de la high class", por el caché del balcón) con la mujer de su vida, una morena jacarandosa que cantaba en el baño y moría de pánico si se le cruzaba en aquel pasillo sin luces una de esas enormes mariposas chocolates, que crecen como aves prehistóricas en los barrios marginales.

Recuerdo que algunos vecinos criticaban a este hombre por un extraño hábito que tenía: leía en el excusado. En una casa de inquilinato, donde sólo hay un retrete para sesenta personas, la paciencia no es necesariamente una virtud abundante, y el individuo sabía exasperar los ánimos por el tiempo que invertía en la liturgia del desembarazo de sus angustias.

Había que verlo. Su cuarto estaba en un extremo de la casa, y el excusado en otro. Eran 25 metros de tablas contrahechas, sinuosidades perversas, barandas quejumbrosas y un tenderete exagerado a toda hora. �l salía orondo de su reino para recorrer aquel trayecto en el que muy pocos oían el rumor de las polillas, con una tapa de inodoro en la mano (cada vecino tenía una), el rollo de papel en una axila, y bajo la otra el libro, mientras el vecindario se asomaba histérico al fatal anuncio de que los relojes se detendrían hasta que este hombre decidiera ponerlos a girar otra vez.

Yo me reí del chiste, como casi todos, hasta que cumplí once años. Ese día el hombre me llamó a su cuarto y me obsequió el primer libro de mi biblioteca: Don Quijote de La Mancha. En la primera página escribió algo sobre el placer de leer, y eso de que el libro es el mejor compañero en el rudo viaje de la vida.

Ese obsequio, y haberlo visto estudiar de noche para obtener el bachillerato (con el primer puesto de honor), y luego una licenciatura en la Universidad, provocó que dejara de reírme del suceso que cada día significaba su marcha triunfal hacia el excusado, con un libro bajo el brazo.

Hoy, veintitantos años después, recordé con cariño inexplicable este pasaje de mi infancia. Lo hice porque obtuve unos libros en la feria internacional que termina esta noche en ATLAPA. Son hermosos, con diseños de portada exquisitos, y cuyos autores (Gloria Guardia, Jaramillo Levy, Fonseca Mora, Sergio Ramírez, Jorge Consuegra, Vidaluz Meneses, Carlos Fuentes, entre otros) me tienen embrujado, y me hacen soñar que también puedo escribir como ellos. Y puse los libros nuevos donde siempre los pongo, que es donde mejor los leo por la soledad, el tiempo infinito y el silencio: el excusado.

 

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