VARIEDADES


Brilla Gilberto en Miami

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El Nuevo Herald

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Gilberto Santa Rosa

Al nombre de Gilberto Santa Rosa se añade casi siempre el apelativo de El Caballero de la Salsa, que podría confundir a quienes le conocen poco como bolerista. Pero bastaba entrar el sábado pasado en el Cabaret Tropigala, del Hotel Fontainebleau Hilton, en Miami Beach, para disipar las dudas: el cantante puertorriqueño es también un príncipe del bolero.

Allí no cabía una persona más. Las reservaciones para el concierto se habían agotado mucho antes de la víspera, según Alex Cachaldora, presidente del cabaret, y hasta el último minuto la demanda fue enorme.

Terminada la cuarta pieza, Se puede, de Ramón Rivera, Santa Rosa contó que era ésta su primera vez en el Tropigala, aunque sí había estado más de una ocasión en el lado del público. ''Era un sueño venir aquí'', confesó, antes de anunciar que la noche estaría dedicada al bolero, un género cuya reanimación atribuye en buena medida al mexicano Luis Miguel. Y hasta tal punto ha sido así, dijo, que si algún joven de 17 años oye una grabación de Roberto Ledesma, dice: ``Eh, ese señor canta una canción de Luis Miguel''.

El repertorio incluía baladas como Será; algo de filin --La gloria eres tú, de César Portillo de la Luz-- y hasta la guajira-son de Polo Montañez Un montón de estrellas, que le sirvió para cerrar después que la insistencia del público obligara a reabrir las cortinas en el encore. Pero el protagonista de la noche fue el bolero, con un recorrido que iba desde Armando Manzanero hasta Alvaro Carrillo, incluyendo --desde luego-- composiciones suyas como Por más que intento.

Quitarle al bolero su innata tristeza parecería un sacrilegio, pero Santa Rosa se atreve a hacerlo y gana la apuesta. En ese cambio de sentido, que va contra la propia naturaleza del género, hay un desafío tremendo resuelto con una mezcla de virtuosismo vocal y gallardía innata. El cantante parece tener tanta confianza en sí mismo que llega al extremo de amoldar el género a su modo de decirlo, en vez de irse por el acostumbrado esfuerzo de encajar él en los requerimientos tradicionales para interpretarlo. Y es ahí justamente donde está la grandeza de Gilberto Santa Rosa: en esa apropiación que, de tan visceral, termina siendo creativa e incluso rehabilitadora. Por algo reconoce tanto a Luis Miguel: porque él hace lo mismo.

La disposición de los músicos en el escenario dejaba al cantante menos espacio del que habría hecho falta para que se moviera un poco más a sus anchas, cercado como estaba por el atril, una mesa y la torre del baterista.

Con todo y eso, logró darle al concierto un matiz de intimidad que hacía sentir a los espectadores del fondo en la misma cuerda que los de las primeras secciones.

 

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