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Mil noventa y cinco besos de amor

Hermano Pablo | Reverendo

El hombre, de 65 años, se inclinó sobre su esposa. Ella estaba dormida, dormida profundamente. �l depositó un suave beso en su mejilla y le dijo: �Pronto te sentirás bien, querida�. Al otro día le dio el mismo beso y le dijo las mismas palabras. Así hizo día tras día, durante 1, 095 días, todo el tiempo que la esposa estuvo en coma.

Eran José Brasher y su esposa Bárbara. Ella, en una Navidad, había sufrido la ruptura de una arteria cerebral y había estado en coma por tres años. Al fin de tantos besos y de tantos días, Bárbara abrió los ojos y dijo: ��Feliz Navidad, amor mío!� De ahí que concluyera: �Dios, y los besos de mi esposo, me trajeron de vuelta�.

Esta es una verdadera historia de amor. Es más, es una historia de amor, de fe y de esperanza, las tres grandes virtudes cristianas.

�Qué poder tiene un beso! �Cómo puede cambiar, en un momento, la noche en día, la pena en alegría, la lágrima en sonrisa, y la angustia en gozo! Basta un solo beso -un beso de verdadero y genuino amor entre esposos- para que vuelva la felicidad, se fortalezca el amor, cambie el corazón y se disipe el dolor. Pero tiene que ser un beso de amor y no de compromiso, ni de pasión, ni de misericordia ni de complacencia.

Los que estamos casados, �amamos a nuestro cónyuge? �Perdura entre nosotros la absoluta fidelidad a los votos que un día nos hicimos ante el representante de Dios? �Nos tratamos con cariño y comprensión? �Son más fuertes el amor, el enlace, el vínculo y el compromiso que las desavenencias, la discordia, el antagonismo y la contrariedad? Si la respuesta es negativa, hay una nube negra que se ha puesto sobre nuestro hogar que, si no se disipa, lo destruirá.

Insistamos, de voluntad y de corazón, que la persona de Cristo, el Autor del matrimonio, sea la cabeza invisible, pero permanente de nuestro hogar. Con Cristo en el corazón, seremos más propensos a dar besos de verdadero amor a la esposa o al esposo. Sólo Cristo puede transformar la vida de cada uno. Sólo �l da ese amor que se sobrepone a toda prueba. Cuando �l es el Señor de nuestro matrimonio, podemos disfrutar como nunca de ese amor puro y permanente.




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