Cada vez que doy una vuelta por el vertedero de Playa Chiquita, en La Chorrera, y veo grupos de personas buscando entre la basura algo para sobrevivir, me embarga una profunda decepción, al comprobar que en nuestro país hay todavía tanta desigualdad económica y social. Está decepción aumenta porque, desde el mismo lugar, observando en la distancia sobre el mar, se pueden ver enormes barcos esperando transitar por el Canal. Entonces pienso en las grandes sumas de dinero que se recaudan producto del paso por esa vía interoceánica, y en cómo se distribuyen esos ingresos en el torrente de la economía nacional.
De hecho, los panameños sabemos que los empleados canaleros siempre han devengado jugosos salarios, aparte de las facilidades de que gozan sus directivos. En contraposición, hay miles de conciudadanos viviendo de la economía informal, subsistiendo apenas, otros se debaten en la pobreza paupérrima y en la falta de oportunidades para dejar atrás tan desesperante situación.
Todo este contraste tiene sus raíces en la forma de distribución desigual de las riquezas, avalada por un sistema político injusto, monopolista e inhumano.
En estos días me enteré que en Nazareno de La Chorrera vive una familia cuyo padre, un taxista, murió dejando su prole en la orfandad, entre ellos a una joven de corta edad que estudia en el colegio Moisés Castillo, pasando mil penurias, pero con un promedio de 4.4, lo cual justifica la ayuda del Estado que no ha podido conseguir.
Siempre me pregunto, ¿por qué entre tanto despliegue de riquezas, fiestas y celebraciones, los panameños no hacemos una excepción para ayudar a personas como éstas que luchan por una vida diferente, sin violentar el mundo de opulencia en que viven los demás? |