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Viernes 5 de noviembre de 1999


MENSAJE
No hay peor sordo que el que no quiere oír

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Hermano Pablo

El golpe estaba bien planeado. La familia dueña de aquella casa en Sao Paulo, Brasil, era rica y andaba de vacaciones. No había perros guardianes ni sistema de alarma. La policía rara vez vigilaba esa zona. Así que Abel Palmeirim, de setenta y cuatro años de edad, y Estanislao López, de setenta y dos, entraron a robar.

Pero la policía se hizo presente inesperadamente. Estanislao, el más joven de los dos, le gritó a Abel: «¡La policía, la policía!» Pero como Abel, con los años, estaba bastante sordo, no oyó el grito. Resultado: ambos fueron detenidos por la policía.

Aparte del humor en esta noticia, una de las molestias que trae la vejez es la dureza de oído. Los años que pasan se van llevando muchas de nuestras facultades. Voltaire lo expresó así: «El hombre nace con cierta cantidad de pelos, dientes e ideas, y con los años, va perdiendo ideas, dientes y pelos.»

Y también va perdiendo el oído. Eclesiastés, el libro filosófico de la Biblia, describe la vejez en verso, y se refiere a la sordera como las puertas de la calle que se van cerrando (Eclesiastés 12:4). Es, por cierto, una metáfora bien acertada.

Los cinco sentidos físicos son como puertas por donde el mundo exterior entra a nuestro mundo interior. Por los ojos pasa la luz. Por el gusto, los sabores. Por el olfato, los perfumes. Por el tacto, las sensaciones. Y por el oído, los sonidos y las palabras. Si estas puertas maravillosas se cierran, quedamos sumergidos en un silencio sepulcral.

Y así como hay sordera física, hay también sordera espiritual. La sordera espiritual la tiene la persona que cierra los oídos del alma a la voz de la conciencia, y lo que es peor, a la voz de Dios.

La Biblia, refiriéndose a estos sordos por voluntad propia, dice: «Su veneno es como el de las serpientes, como el de una cobra que se hace la sorda para no escuchar la música del mago, del diestro en encantamientos» (Salmos 58:4). Es una descripción dura, pero verdadera. El hombre que cierra su oído a la voz de Dios, irremisiblemente caerá un día preso de su propia obstinación. Y para siempre se estará preguntando: ¿Por qué es que todo me sale mal?

Hagámosle caso a los susurros de nuestra conciencia. Es el medio que Dios usa para hablarnos. Y Dios nunca nos engañará.

 

 

 

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