MENSAJE
"Toque de una mano"
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
Fueron 35 toneladas. Treinta
y cinco toneladas de cemento de construcción, juntamente con su
refuerzo de hierro, que cayeron sobre las piernas de Brigett Gerney. Se
trataba de un accidente en la ciudad de Nueva York. Un edificio en construcción
se había derrumbado, y la joven había quedado prisionera.
Prisionera del terror, del miedo, del espanto y del enorme peso del cemento.
Un oficial de la policía, Pablo Ragonese, tomó la mano
de la muchacha, y animándola con sus palabras de aliento la sostuvo
por más de seis horas. Fue ese toque de una mano amiga, consoladora,
lo que salvó a la joven del colapso mental y probablemente de la
muerte.
×Qué valor, amigo, tiene en la vida el toque de una mano
reconfortante! Hay hombres en la cárcel que en medio de su desesperación
son animados por el apretón de manos que les da un amigo. Esto es
suficiente para levantarles el espíritu. Sin ese consuelo, no tendrían
para qué vivir.
Hay jóvenes atletas que, en medio de la nerviosidad y el desasosiego
que produce una competencia olímpica, son animados por amigos, familiares
y entrenadores hasta llegar al triunfo. Qué es lo que estos amigos
ofrecen? Un cálido y fortalecedor apretón de manos.
Hay moribundos que mueren en paz, cuando sienten, en los últimos
alientos de su vida, la mano tierna y afectuosa de alguien que les ama.
El toque de la mano, cuando se hace con sincera amistad, y con interés
puro y altruista, es mucho más confortador que sólo palabras.
En el toque de la mano hay siempre un cálido mensaje, inaudito pero
poderoso, que puede unir dos almas en perpetua amistad.
Sabe amigo, Cristo Jesús sabía usar, con cariño
y con poder, el toque de la mano. Una vez tocó con su mano un leproso,
algo completamente desusado y socialmente reprochado, y el leproso sanó.
Otra vez tocó con sus manos los ojos de un ciego, y éstos
recibieron vista. Otra vez dio, tiernamente, la mano a una mujer con fiebre,
y la fiebre la dejó instantáneamente. Inclusive, en otra ocasión,
viendo a una querida madre llorar la muerte de su hijo, tocó el cadáver
del joven que llevaban a enterrar, y el joven retornó a la vida.
Yo me pregunto si quizá usted no necesita hoy el toque de una
mano amiga. En sus desalientos y tristezas, Cristo pondrá su mano
bendita sobre su vida y usted sentirá, con una indecible, el toque
de la mano del Salvador.
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