Eran miniaturas perfectas, hechas por las manos de un artífice. Tenían diversas formas y tamaños, y cinco de ellas cabían en la mano de un hombre. No eran pinturas, ni monedas ni bordados. Eran revólveres y pistolas, fabricados con tal perfección que cada uno de ellos se podía cargar y disparar. Formaban parte de una colección de cuarenta mil miniaturas que poseía Orville Elton, de Seattle, Washington, Estados Unidos. "Dado el caso -afirmaba el anciano Orville de setenta y ocho años-, estas diminutas armas podrían matar a un hombre."
Los objetos pequeños no son necesariamente frágiles. Por el contrario, pueden ser fuertes y poderosos. Se dice que las esencias finas y los venenos vienen en frascos pequeños. Si alguien se come un kilo de tallarines, puede ser que no le afecte mucho. Pero si ingiere un gramo de cianuro, sin duda morirá.
Un beso es algo pequeño y dura sólo unos momentos, pero si se da con sinceridad en la frente de la madre anciana, la revive, o en la mejilla de la hija que ha tropezado, la devuelve al seno del hogar. En los labios de la esposa, un beso sincero puede restaurar el matrimonio; en los labios del esposo, es capaz de borrar una infidelidad.
Las palabras son breves y se pronuncian en un par de segundos. Casi no se pueden medir porque no tienen peso, altura o anchura. Pero hay una palabra que, dicha sinceramente, puede cambiar el rumbo de toda una vida de errores y fracasos. Esa palabra es: "¡Perdóname!"
Lo pequeño tiene a veces más valor que lo grande. El hombre ha construido inmensos rascacielos en las grandes ciudades, pero cuando pronuncia una palabra con amor o da un beso, o brinda una caricia y una sonrisa, eso se transforma en algo gigantesco.
"La conciencia -dijo un poeta- es muy pequeña, pero el mundo cabe adentro." Así también son el pensamiento y la memoria: pequeños, pero capaces de contener millones de conceptos y de concebir inmensos ideales.
Lo mismo sucede con el corazón. Ni es grande ni fuerte, y sin embargo nuestra vida depende de él.
En sentido simbólico, cuando abrimos nuestro insignificante y a veces mísero corazón para que entre Cristo, lo más pequeño llega a contener lo más grande: a Jesucristo. Él desea morar en nuestro corazón. Démosle entrada hoy mismo.