Eran apenas dos rústicos palos cruzados sobre un montoncito de tierra. No había mármoles ni bronces. No había lápidas artísticas con nombres de los difuntos, ni imágenes esculpidas ni cipreses elegantes que le dieran sombra. Era una tumba pobre, que sólo los pobres podían usar.
La tumba la cavó doña Julia Araújo de Yangalo, vecina del pueblo González Prada en el Callao, Perú. Por no tener un centavo, y para tenerlo cerca, enterró a su hijo, que había muerto en un accidente automovilístico. Ella misma cavó la tumba, ella misma lo sepultó, y ella misma le rezó los ritos fúnebres.
Este es otro de esos casos patéticos que son comunes en varios de nuestros países de América Latina. Una pobre mujer, huyendo de la violencia y del terror que se había adueñado de su ciudad, sin saber qué hacer se mudó a otro lugar con la sola compañía de su hijo. Se fue de su ciudad con su único hijo porque tenía miedo de caer víctima de la violencia. Los dos llegaron, por fin, a Callao, y en su indigencia vivieron como pobres.
Un día un automovilista mató al muchacho. La madre no tenía dinero ni para el funeral, ni para llamar al sacerdote ni para pagar una sepultura. ¿Qué hizo entonces? Cavó una tumba con sus propias manos y allí enterró los restos mortales del ser que llevó en su vientre y que era todo su tesoro en esta tierra.
¿Qué diferencia hay en la tumba de ese pobre joven y la de los grandes personajes de la tierra, ya sean reyes, aristócratas, gobernantes, generales o millonarios? Por fuera, hay mucha diferencia, pero por dentro, ninguna. Es la misma pobre carne humana que se corrompe lentamente y se convierte en polvo. Todos, físicamente, tenemos el mismo fin.
¿Será esto el todo para la persona? No, de ninguna manera. Cuando dejamos esta tierra, aunque nuestro cuerpo retorna al polvo, nuestra alma, esa dimensión inmaterial y eterna, vuela a la presencia de Dios.
Ahora que disfrutamos de la vida es que podemos invocar el perdón de Dios. Mientras hay vida, hay esperanza. Busquemos a Cristo mientras podemos. Hoy es nuestro día de salvación, y Cristo es nuestro único Salvador. |