Se pensaba que el fenómeno era propio de las instituciones públicas. En estas oficinas es normal ver a las personas hacer de todo, menos trabajar. Es común ver a las chicas pintarse las uñas, maquillarse, peinarse, etc. A los muchachos, ni se diga. Ellos llaman a sus amantes, leen todos los periódicos, llenan los crucigramas, apuestan caballos, etc.
El colmo de los males ha llegado a las oficinas privadas, sobre todo en los lugares donde se trabaja bajo la presión del maldito reloj. Es cierto que los salarios no dan para más y el panameño común debe buscar otras formar para ganarse unos reales que ayuden a llevar más afrecho a la casa, pero es una falta de ética y causal de despido, en casos extremos, cuando se ve que los puestos de trabajo de ciertos ciudadanos o ciudadanas son convertidos en vulgares kioscos de buhonería, actividad que necesita permiso de la Alcaldía.
Ojalá sólo fuera venta de prendas o joyería. La actividad incluye los famosos one two, rifas de sortijas, tómbolas de comida, venta de golosinas y otras actividades lucrativas.
En el alma de este tipo de gente no habita una cosa que se llama conciencia, que es la que en realidad nos pone en alerta ante la sinvergüenzura que cometemos afectando a nuestros patronos, jefes inmediatos y compañeros de trabajos.
Los que pertenecen a esta camada no les interesan lo que digan los demás. Al fin y al cabo, ellos no luchan por sacar al país del precipicio en que se encuentra y que pudiera dejarnos para siempre en el fondo del abismo del subdesarrollo contemporáneo.
La recompensa está cerca. Viene diciembre, un mes donde se premia la productividad del empleado. Aquí se verá en realidad quiénes fueron los trabajadores más cachimbones de la empresa y quiénes se dedicaron a únicamente a vender artículos de necesidad secundaria. Si le dan más a otros, no faltará que dirán: "Yo trabajé más y fui más productivo".
Seamos buenos ciudadanos. Busquemos otra manera de hacerlo. |