MENSAJE
Tengo varios caminos que recorrer

Hermano Pablo
Crítica en Línea
Echó una última mirada al exterior a través de la diáfana ventana. Afuera había un paisaje invernal: cielo gris y húmedo de diciembre en Palma de Mallorca, España, el lejano rumor del mar, un mensaje de eterna vida y movimiento. Pero Joan Miró, el genial pintor cubista y surrealista catalán, se estaba muriendo ese día de navidad de 1983. Tenía noventa años. Estaba enfermo, viejo, cansado. «Estoy pintando frenéticamente -había explicado poco antes- para mostrar que estoy vivo. Todavía tengo varios caminos que recorrer. Tengo una lucha conmigo mismo.» No obstanto, murió ese mismo día, sin recorrer los últimos caminos que deseaba y sin terminar la lucha que tenía consigo mismo. Los pinceles cayeron de sus manos. Los brillantes colores de sus cuadros se apagaron, su corazón dio el último latido, y su espíritu volvió a Dios, que lo dio. Fue notable la vida de Joan Miró. Bajito, delgado, y de ojos azules, su padre quería dedicarlo al comercio de relojería y joyería. Pero él traía la pintura en el alma, y a la pintura se dedicó. Llego a ser uno de los tres grandes de España en este siglo, junto a Salvador Dalí y Pablo Picasso. Entre sus últimas palabras pronunció aquéllas de su agonía: «Tengo varios caminos que recorrer. Tengo una lucha conmigo mismo.» Él había recorrido en su vida varios caminos artísticos, desde la pintura realista formal hasta el cubismo, el mosaico y el surrealismo. Pero al fin de cuentas para todo hombre queda un sólo camino, el de la eternidad, cuando se acaba la vida y llega la muerte. La lucha consigo mismo que Miró mencionaba pudo haber sido una lucha contra su conciencia, ya fuera artística o personal, lucha que tampoco terminó y que seguramente perdió en el último día de su existencia. Si su lucha fue contra su conciencia artística, entonces no es tan grave. Pero si fue contra su conciencia moral, eso tiene otro color del todo. Todo hombre, sea genial o simple, sea rico o pobre, sea poderoso o débil, sea famoso o desconocido, recorre sus caminos en la vida. Aun el indígena que vive sentado a la puerta de su choza contemplando la montaña está recorriendo su camino, el camino de la vida humana, que termina fatalmente en la muerte. Y para aquellos que todavía buscan su camino en la vida, resuena la voz de Cristo que les dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14:6).
|