Es de mi abuela", dijo Roberto Cienfuegos, joven de veinticuatro años de edad. Y mostró con cariño la foto de una anciana de cabello plateado y de rostro tierno y bondadoso. Sus amigos se rieron de Roberto, que en lugar de la foto de una jovencita, llevaba la de su abuela.
Esto fue al comienzo de una serie de tragos que Roberto, alcohólico consuetudinario, comenzó a beber con sus amigos. Al final de esos tragos, la mente de Roberto estaba trastornada.
Volvió a su casa y, sin razón alguna, sin causa ni motivo aparte de ese alcohol que dominaba su cerebro, armado de un bate de béisbol mató a su anciana abuela. Después él mismo no pudo ni creer ni explicarse lo que había hecho.
Si fuéramos a enumerar los accidentes, las violencias y las muertes que se producen por el efecto del alcohol, no cabrían en el mundo los libros que se pudieran escribir. Cada día, en cada país del mundo, el alcohol es el protagonista principal de miles de hechos lamentables y deplorables que pudieran haberse evitado si no hubiera sido el factor dominante.
El alcohol enturbia y arruina la mente del que realizará un robo o una estafa. El alcohol pone fuego en la sangre del violador para que cometa su vil crimen. El alcohol enciende la violencia en la mente del homicida. El alcohol tiene parte fundamental en muchos de los suicidios.
Aparte de todo eso, y quizá con más frecuencia, el alcohol se roba el salario de la semana. Eso es lo que ocurre cuando el hombre deja ese dinero en la cantina o en el bar por tragos y más tragos del líquido incendiario.
El alcohol baja las reservas morales de los jóvenes, y aparte del trastorno psicológico y emocional de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, sufren consecuencias incontables, como son los embarazos indeseados e incluso el contraer el SIDA.
Roberto Cienfuegos amaba a su abuela. Ella lo había criado desde niño. Todos sus recuerdos de madre iban a esa dulce anciana cuyo retrato llevaba consigo. |