MENSAJE
Desplazados

Hermano Pablo
Crítica en Línea
Los pasajeros eran más de tres mil; el barco, uno de tercera o cuarta categoría; el mar, el golfo de Adén en el Yemen; el sol, uno de fuego; y la temperatura, cuarenta y ocho grados centígrados sobre cero. Los pasajeros, hombres y mujeres desesperados que huían del hambre y de la guerra civil de Somalia, trataron de llegar al Yemen, pero el Yemen los rechazó. El capitán arrimó el barco a la costa y gritó: «¡Sálvese quien pueda!» Todos los pasajeros se arrojaron al agua, pero de los tres mil, sólo mil consiguieron llegar a la costa. El resto murió en las aguas. Una tragedia más del fin del siglo XX. Este siglo de enorme progreso científico, de riquezas increíbles, de viajes espaciales y visitas a la luna, de asombrosos logros en la cirugía, de trasplantes de órganos y operación de fetos, de comunicaciones mundiales y transportes jamás vistos, tiene también sus enormes fallas. Primero, este ha sido un siglo de guerras, terrorismo y violencia como ningún otro en la historia. Hombres en el mundo entero -algunos que no se declaran, otros que sí- son los responsables directos o indirectos de la muerte injusta y violenta de millones de personas. Este también es el siglo de los desplazados. Se calcula que hay sesenta millones de personas que actualmente andan fuera de sus países de nacimiento. Las guerras civiles y las guerrillas, por un lado; la pobreza y la escasez de trabajo, por el otro; la violencia política y la injusticia social, por otro, han obligado a esos millones a huir de sus hogares. ¿Podemos decir que esto es progreso? Progreso material y científico, sí. Progreso industrial y comercial, también: nunca ha habido tantas cosas fascinantes para comprar. Pero progreso moral y progreso espiritual, no. La sociedad, como nunca antes, está confundida con tanto desorden. Y nunca antes ha tenido el hombre tanta habre de paz y seguridad. Como no encuentra ni en la educación, ni en la política, ni en la religión, ni en las diversiones, esa ansiada paz, la busca en el peor de los lugares: en el alcohol y en las drogas. Es que la paz genuina y la seguridad eterna las hay solamente en la persona de Jesucristo. Sólo Cristo, morando en nuestro corazón, le da sentido a la vida. Sólo Él satisface la mente y el alma. Rindámonos al señorío de Cristo. Entreguémosle nuestra voluntad. Él nos dará paz en este mundo, y absoluta seguridad en el venidero.
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