Solamente una pequeña sonrisa en tus labios alegra tu corazón; te mantiene de buen humor; da la paz a tu alma; conserva tu salud; embellece tu rostro; suscita buenos pensamientos; inspira buenas acciones.
Sonríe a ti mismo hasta darte cuenta de que tu habitual seriedad o eventual severidad ha desaparecido; sonríe a ti mismo hasta dar calor a tu corazón con el sol de tu radiante rostro; y luego ve a irradiar tu sonrisa; tu sonrisa tiene ahora una obra que realizar por Dios. Tú eres ahora un apóstol y tu instrumento de conquista es la sonrisa. La gracia que habita en ti, hará tu sonrisa cuativadora y fecunda. Sonríe a los rostros desolados, tímidos, tristes, enfermos, a los rostros frescos y juveniles, a los viejos y arrugados. Sonríe a tu familia, a tus amigos, y permíteles a todos gozar de tu radiante rostro.
Cuenta, si quieres, el número de sonrisas que tu sonrisa ha provocado a otros en un día, y ese número te dirá cuantas veces has suscitado contento, alegría, satisfacción, ánimo, confianza en los corazones de otros. Tu sonrisa puede llenar una vida de esperanza, de ánimo en los corazones cansados, oprimidos, tentados, desesperados.
Y sonríe a Dios. Sonríe a Dios en amorosa aceptación de lo que Él dispone de tu vida y tú merecerás gozar de la paz de Cristo radiante, sonriente, de amor para ti y por toda la eternidad. Todo por Cristo por medio de María con una sonrisa.