Hacer su agosto
Carlos Rey
Colaborador
Durante la Edad Media en toda la península española, pero principalmente en Castilla, se celebraban en la época de verano las ferias de ganado. La mayoría de ellas ocurría en el mes de agosto, en especial el día 15. Durante el mes, los feriantes salían con sus productos o con su ganado a comprar y vender mercancía de pueblo en pueblo. Al fin del mes volvían a casa. Así se originó la expresión «hacer su agosto». La tradición continúa en la actualidad con la celebración de ferias y corridas de toros en media España. Otra interpretación que se le ha dado a la expresión, por cierto muy emparentada, gira en torno a la recolección y a la vendimia, es decir, a la época en que los campesinos cosechan los frutos económicos de su ardua labor al recoger y vender lo que su tierra les ha producido. Con el paso del tiempo, el sentido de la expresión se fue ampliando hasta emplearse para indicar que fácilmente se ha hecho mucho dinero. Por ejemplo, en muchas regiones de habla hispana se dice: «Con estas últimas lluvias, los vendedores de paraguas han hecho su agosto.»1 Sin duda, tarde o temprano, pero preferiblemente con cierta regularidad, todos queremos «hacer nuestro agosto». Pero ¿qué si ese agosto nuestro perjudica a los demás, o el agosto de los demás nos perjudica a nosotros? Contemplando injusticias como éstas, Dios estableció una ley y una regla de vital importancia para regir nuestra conducta humana: la ley de la cosecha y la regla de oro. Por una parte, Dios ha dispuesto que cosechemos, pero no lo ajeno sino el fruto de lo que nosotros mismos sembramos.2 Y por otra, ha dispuesto que en todo tratemos a los demás tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros.3 Es decir, jamás debemos «hacer nuestro agosto» a expensas del prójimo, aprovechándonos de alguna calamidad. Si no podemos «hacer nuestro agosto» sin perjudicar a los demás, entonces más vale que desistamos de hacerlo y nos preocupemos más bien por ser buenos vecinos, buenos amigos y buenos compañeros. Porque, así como nos enseña el Maestro del libro de Eclesiastés: «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: »un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar...un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto... un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir... »Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes.»
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