Aquella tarde, los vecinos entristecidos, acudieron en fila a la casa de uno de los residentes en la barriada, para expresarle sus muestras de condolencia por la muerte de un pariente cercano.
Esta costumbre se practica todavía con solemnidad en el campo y en raras ocasiones en la ciudad, sobre todo en las comunidades donde residen personas que han venido del interior de la República a buscar, según dicen, mejores condiciones de vida, ilusión que más tarde que temprano se convierte en desengaño.
Después del acostumbrado pésame, se iniciaron los rezos que no tardaron en ser opacados por el ruido ensordecedor y estridente que venía de una discoteca en las cercanías donde se celebraba un baile.
Y es que, a medida que el individuo se ha ido desplazando a las ciudades, se observa indiferencia y poco respeto por las cosas divinas y el culto a los muertos, que fueron rutinarios desde la antiguedad en la sociedad rural.
Esa falta de sensibilidad humana y amor al prójimo hacia un semejante que ha sufrido la pérdida irreparable de algún familiar, es consecuencia de un materialismo enfermizo y comportamientos ajenos a nuestra idiosincrasia de panameños practicantes de ciertos valores religiosos y culturales.
Los primeros rezadores que oficiaban letanías en el velatorio de un muerto en la provincia de Los Santos, lo hacían por un gesto de solidaridad y aprecio por el difunto y su familia. Hoy, esos servicios mortuorios en no pocos pueblos del interior y en las parroquias son remunerados con dinero por la parentela del difunto.
Las ceremonias luctuosas del velatorio de cuerpo presente, las nueve noches, el cabo de mes cabo de año, han ido desapareciendo suplantadas por otras modalidades como la cremación del cuerpo del finado y envío de sus cenizas a una cripta en la parroquia donde termina el funeral.
Tampoco se acostumbra a llevar el vestido negro en señal de luto, lo que se prolongaba a veces por años, como testimonio de recordación y estima al muerto.
Todo parece indicar que hemos comenzado a vivir influidos por un modelo de conducta consumista exagerado que hace honor al refrán populachero que dice: "el muerto al hoyo...y el vivo al bollo".