Con las estrellas y Dios

Hermano Pablo
Colaborador
La joven navegante se hallaba extenuada. Había salido en su esquife de carrera desde Saint-Malo, en Francia, y a pesar de su experiencia náutica y de su conocimiento del deporte, los golpes imprevistos del mar -esos percances que no se podían prevenir- habían dañado casi todos sus instrumentos de navegación. Y para colmo de males, ella bogaba sola, en el Atlántico, rumbo a la isla de Guadalupe en el mar Caribe. Su nombre: Florencia Arthaud. Competía en la llamada «Ruta del Ron», carrera transatlántica desde la ciudad de Saint-Malo hasta la isla de Guadalupe. Pero bajo condiciones horribles de tormenta, enferma, en medio del Atlántico y con sus instrumentos náuticos dañados, hizo un descubrimiento. Descubrió, muy adentro en su alma, una especie de devoción espiritual: que el firmamento, el mar y las estrellas habían sido creados por Dios para ella. Posteriormente Florencia escribió que cuando sintió esa excelsa presencia divina, sabía que por dificultosa que fuera la trayectoria, con Dios y las estrellas podría cumplir la carrera hasta llegar triunfante a la meta. Y así fue. ¡Cuántas son las veces que nuestra vida se convierte en un viaje en alta mar! Las tormentas encrespan olas inmensas. Las noches se convierten en gigantescas cavernas negras. Las olas del mar arrojan la pequeña barquía, que es nuestra vida, de un lado a otro, y toda esperanza de salvación se esfuma. ¿Qué hacer en esos momentos? Es entonces cuando debemos mirar hacia arriba. Para Florencia, mirar hacia arriba en busca de ayuda era descubrir que el firmamento, el mar y las estrellas existían sólo para ella. Halló, en el espacio infinito, el sentido de la vida y la realidad de Dios. Y Cristo siempre, infaliblemente y con poder, quiere ayudarnos. Él calma las tormentas de la vida. Él suaviza los vientos contrarios. Él hace brillar el sol en medio de las tinieblas. Y es entonces que nos damos cuenta que toda tormenta actúa para nuestro bien. El dolor se transforma en alabanza, la pena en canción, y hallamos que lo que iba a resultar en nuestra destrucción, se ha convertido en salvación. Porque en el dolor descubrimos a Dios. ¿Nos encontramos hoy en medio de una tormenta, una tormenta personal o familiar? Cerca de nosotros está el Señor Jesucristo. No tenemos que hacer más que clamar desde el fondo del alma, y Él nos responderá con cariño y con poder. Invitémoslo a ser el piloto de la barca de nuestra vida. Todo cambiará desde el momento en que lo hagamos.
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