En silencio y cabizbajo, dando los acompasados pasos que observa el apesadumbrado dolor espiritual, concurro arrepentido, abatido y sin aliento a los funerales del honor. El tiempo, juez insobornable e injusto aborrece los descargos, demostrando actitud de prepotencia detestando el debido análisis, tirando por la borda el respeto, uno de los conspicuos miembros de la tripulación de los cuales se había servido el mundo de nuestros ancestros. Jubilosos en amancebamiento cruel el egoísmo con la envidia entraron por el terreno abierto abonándolo, parcelando fracasos, sembrando la holganza y la deshonra en la generación de nuestros días. Los resultados de la siembra fue la cosecha depravada de la savia indiferente y desidiosa que circula por los torrentes impetuosos del mal, produciendo las desgracias repugnantes que merodean por el entorno.
En los cumplimientos que exige el deber nos da igual ser responsables, embusteros o incumplidos con los compromisos adquiridos, bajando notablemente la productividad en las labores diarias, entregando trabajos inconclusos gobernados por la charlatanería desfachatada. Mantenemos las crueles ataduras con lo pervertido de los procedimientos noveles, implantando el imperio del terror, insultando las disciplinas dictadas por la moral y las buenas costumbres. Niños desquiciados asistiendo a las escuelas, guardando en las mochilas el cuerpo del delito; un arma cuyo fin es el de eliminar alguno de los compañeros de clase. Ah, mundo corrupto y tumultuoso, apto solamente para abrir la estruendosa y oxidada aldaba de la vieja celosía, portillo de la infamia y del dolor. En todas las provincias del país se saborea la amarga sustancia proliferando la detracción que proviene como viento nefasto en apropiación de los cuatro puntos cardinales, ya contaminados por el azote infernal aborrecible.
El pasado era puro, el presente aprisiona todo géneros de torpezas, anteponiendo los caprichos y las penas, ahora la ingratitud y la traición se manifiestan con verbo altivo, sonoro y altanero, descalificando la verdad y el amor. El que no es dueño de su pensamiento, tampoco lo es de sus actos, el odio es tan incisivo que el ser más pequeño e insignificante lo convierte en monstruo desatado y detestable. Es necesario que busquemos más luz y fuerzas en el interior de nuestro atesorado corazón.