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Viernes 21 de julio de 2000



«No te necesito, hijo»

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Hermano Pablo
Colaborador

El río corría raudo por el cañón de Colorado, y el pequeño bote se bamboleaba de lado a lado. A bordo del barquichuelo iban Rodolfo Ruiz, de cuarenta y cuatro años de edad, y su hijo Juan David, de catorce.

En una de esas bamboleadas Juan David agarró uno de los remos para ayudar a su padre a mantenerlos a flote, e impulsivamente el padre le dijo: «No te necesito, hijo. Dame ese remo.» Por milésima vez el padre le decía lo mismo. No era desprecio. Es que Rodolfo Ruiz es uno de esos hombres que no quieren mostrarse necesitados. Es de los que se consideran autosuficientes.

Pero no bien dijo la consabida frase, el pequeño bote fue arrojado contra un puente. Rodolfo quedó enlazado en una fuerte cuerda medio debajo del bote y medio contra el puente. No había a quién pedirle auxilio. Juan David, el hijo, logró subir al puente, desde donde comenzó una lucha de varias horas.

El heroico chico, zambulléndose una y otra vez bajo la corriente, fue deshilachando, con uñas y dientes, la cuerda que tenía aprisionado a su padre. Los dos quedaron exhaustos al más no poder, pero al fin el hijo logró librar a su padre. Éste, cuando pudo hablar, dijo: «Perdóname, hijo; sí te necesito.»

Hay muchos que, al igual que Rodolfo Ruiz, piensan que no necesitan a nadie. No quieren mostrar ninguna debilidad. Pero en medio de su autosuficiencia, siempre habrá un momento en que tendrán necesidad de alguien.

Será el padre que necesita al hijo. Será el esposo que necesita a la esposa. Será el joven que necesita al anciano. O será, simplemente, el amigo que necesita al amigo. La vida tiene su manera de obligarnos a deponer orgullos, bajar la cabeza, hacer a un lado la vanidad, y admitir: «Te necesito.»

Es tiempo ya que en humildad digamos: «Señor mi Dios, te necesito. Por favor, ayúdame.» El momento en que depongamos nuestro orgullo, el momento en que declaremos nuestra insuficiencia, el momento en que busquemos a Dios, Él estará a nuestro lado. Invitémoslo a que entre en nuestro corazón. Él cambiará nuestra derrota en victoria. Él nos dará una nueva vida. Y Él sólo espera que lo invitemos. Abrámosle nuestro corazón.

 

 

 

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