Es una característica que puede ser calificada como sublime en este pueblo hermoso: nos gusta la fiesta, la libertad y la vida en todas sus manifestaciones. Lloramos poco, y lloramos mal. Y no lo hacemos por mucho tiempo.
En medio de los más grandes y graves problemas hemos sabido sonreír, a veces con increíble cinismo, y nunca tenemos por mucho rato la cabeza baja. Dejamos atrás el motivo de las lágrimas y echamos al hombro el morral para seguir el camino.
Esto puede ser tenido como bueno y como malo. Cuando nos vamos a extremos de total relajo, nos olvidamos de las responsabilidades, y en lugar de empujar el carro para que mejoren las cosas que en un momento nos convierten en un pueblo que se ahoga, nos distraemos en parranda y sexo, nos interesa más el devaneo, la fiesta, el alcohol y el placer carnal.
Eso ha sido aprovechado por mucha gente mala y sin escrúpulos que sabe que el panameño y la panameña no pondrá atención mayor a los problemas nacionales. Nos entretienen con algo de pachanga, con una que otra rumba y nos desconectan para que no nos preocupemos por el futuro.
Si bien la alegría perenne es una virtud, la disipación y la desidia son graves pecados de este pueblo. Pecados que nos tienen donde hoy estamos: pobreza, desempleo, analfabetismo funcional y falta de oportunidades.
La gente que domina el poder político y económico sabe que nuestra gran debilidad es la alegría, cosa que suena irónica, y nos saturan con ellas para que no pongamos atención a las situaciones verdaderamente delicadas, y juegan con nuestro futuro, y nos encierran entre las cuatro paredes de una relación sexual fácil y un buen número de música bailable. Cambiemos: el futuro lo requiere. |