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Moraleja: No le tengáis miedo a los muertos, sino a los vivos. Esos si te pueden joder.  |
Era una calurosa tarde de un viernes de septiembre allá por el año de 1986. Tres estudiantes de Chitré, internos en la Escuela Militar Tomás Herrera en Río Hato, habían salido de clases aquel fin de semana, y se disponían a regresar a sus respectivos hogares.
Estos estudiantes eran buenos amigos, compartían la misma habitación del internado, por lo que se habían puesto de acuerdo los tres en salir hasta la carretera interamericana para ver si algún conocido que fuera hacia Chitré los llevaría gratis. Vamos les aseguro que no pasan ni 15 minutos cuando algún conocido de mi papá nos vea y nos lleve, ya lo verán, se los juro, les dijo Jorge a Elías y Silvio, que así se llaman.
Efectivamente, no habían transcurrido diez minutos cuando apareció el señor Ventura Deago. Jorge lo observó cuando en la recta viniendo de Panamá logró conocer desde lejos su pick-up azul con rojo; le levantó la mano, e inmediatamente el señor Ventura se detuvo a la orilla de la carretera sobre una de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Río Hato. Hola muchachos, que hacen, por aquí, le preguntó, a lo que Jorge le respondió, no señor Ventura, como usted es amigo de mi papá quisiera saber si me puede llevar y a mis dos amigos hasta Chitré. Dejando escapar la última boconada de humo de su cachimba, hedionda a tabaco “cucuteco” y después del consumido escupitajo, le respondió. No faltaba más muchacho, vengan que gustoso los llevo al mismito Chitré.
Antes, don Ventura les dijo que adelante solamente cabían dos, pero no había inconveniente que uno se fuera atrás en el vagoncito de su pick-up.
Jorge y Silvio, escogieron sus puestos de adelante, sin embargo Elías se conformó con irse para el vagón o sea atrás. Cuando este puso sus libros y mochila sobre el vagón, y se inclinaba a subir, se asustó de tal manea que pegó un grito. Esto motivó a que el señor Ventura les explicara de que se trataba.
Elías se había asustado con un ataúd (cajón de muerto) que iba en el puesto de atrás. Mire jovencito, esté tranquilo, ese cajón está vacío, no lleva ningún muerto adentro. Lo que pasa es que yo viajo a Panamá dos veces por semana y esto es un encargue de Ño Lucas que su suegra se está muriendo y como en Panamá los cajones de muerto están más baratos, yo se lo llevo, así que puede sentirse tranquilo, les explicó el viejo, al tiempo que Elías volvía a sonrojar porque había quedado más blanco que un bollo preñao de La Chorrera.
El viaje continuó sin novedad, hasta llegar al Roble de Aguadulce, cuando comenzó una pertinaz llovizna. Elías que viajaba en la parte de arriba no quería mojarse, ni que sus libros se dañaran. Como sabía que el ataúd estaba vacío, se las ingenió para meterse con todo y sus libros, cerrando por completo la tapa del cajón de muerto. Dentro del féretro, éste sintió que la lluvia arreciaba, por lo tanto decidió quedarse más tiempo dentro del cajón.
Cuando llegaron a Divisa, justamente a la garita de la Patrulla de Caminos, tres jóvenes estudiantes con uniforme del Instituto Nacional de Agricultura (INA) esperaban que alguien los llevara a Monagrillo o Chitré. Se acercaron al señor Ventura diciéndole que si los podía llevar. Don Ventura sin siquiera mirar para atrás, les dijo, ¡como no muchachos! Monten atrás con el otro.
Se refería al decir con el otro, a Elías, más sin embargo los tres estudiantes del INA sólo vieron un “cajón de muerto” y por supuesto, “el otro” debería ser el muerto que iba en ese cajón, debió ser el otro a quien se refirió el viejo Ventura.
Al momento que se fueron sentando, estaban muy temerosos al punto que ni siquiera dejaban que sus rodillas tocaran la madera del cajón. Cuando el carro reinició el viaje, hubo un silencio de velorio de ricos, ni siquiera se miraban el uno al otro, hasta que uno se atrevió a decir, tuvimos que escoger precisamente este carro que lleva a un muerto que nos haga compañía.
Después que pasaron por el puente sobre el río Escobá en la misma recta del cruce de Potuga, Elías levantó la tapa del ataúd y preguntó “¿ya escampó?”- Acto seguido los tres estudiantes del INA se lanzaron de cabeza, de barriga y de rodillas contra la carretera, trataban de levantarse, pero no podían, porque del susto sólo podían gatear sobre el pavimento caliente, mientras a lo lejos se podía ver en el horizonte un carrito azul con rojo, donde iban Don Ventura, tres Tomasitos y un ataúd.
Moraleja: No le tengáis miedo a los muertos, sino a los vivos. Esos si te pueden joder. |