La promiscuidad trabaja como la incubadora, transmisora y vectora de las enfermedades, prohijando cualquier novedad negativa, donde puede aflorar desde la incómoda sarna hasta el extendido y perturbador SIDA.
La falta de razonamiento, el comportamiento sexual ilógico, arroja al hombre actual a los predios inmundos del desastre, impulsado y dominado por los albedríos y las tendencias naturales con fines anormales.
Estas actitudes nefastas son las responsables para que un grupo de fachendos sigan pensando que la luna es de queso, estando en la mira para quedar aprisionados por los brazos torturadores de las agresiones fisiológicas dolorosas. No podemos alegremente desafiar el destino, sin tener el merecimiento inmediato.
La vida licenciosa funciona como un bumerang, lo tiramos esplendorosamente para arriba y al azar, sin convenir que no tardará en regresar aplicando sus efectos poderosos. Lo último que podemos hacer es jugar con nuestra propia salud. Ella clama por el respeto que nosotros no le sabemos procurar y hay de aquel que la pierda, tendrá que arrepentirse inútilmente sin remedio. Dando la vida como placer o derecho, tendremos la muerte como efecto vengador.
Somos osados, no le tememos al monstruo que se abalanza manteniendo la relación sin precaución, en estos casos, la precipitación es agravante irremediablemente cobrará los requeridos resultados. Cualquier virus o microbio expoliador es capaz de destrozar la tranquilidad corporal y truncar nuestra existencia.
En el cuarto oscuro del viejo lupanar, cuántas alimañas se procrean, abriendo las posibilidades de vitalizaciones productivas en el ambiente adecuado y lucrativo para su suerte.
Es inconcebible que en este siglo que se inicia, la gente no se detenga a monologar con lucidez acerca de las malditas consecuencias atribuibles a unos pocos minutos de placer, ausentes de precaución que pueden derribar la felicidad, restándonos muchos años de larga vida.