OPINION

HOJAS SUELTAS
Pus legislativo

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Por Eduardo Soto
Periodista

Ya se sabe que el barrio es una olla donde hierven pasiones y tufos y alegrías tullidas de todo tipo, donde se ama de prisa, sin mayores convicciones, porque el sexo es artículo de uso, inoportuno, ajeno, hasta genitalmente ineficaz cuando se hace bajo las escaleras acaracoladas, en los zaguanes, en el cuarto agrio, donde dos cuerpos se violentan uno a otro, hambrientos, sorprendidos por las ganas en el peor de los tiempos, porque la niña está en esos momentos raros, cuando la ovulación canta una canción de cuna, y de un beso cualquiera suelen manar criaturas, eco de simientes fornicarias, que crecen solas, flechas rotas que se clavan en la espalda de la vida, con veneno, y crecen y se hacen hilachas de hombres y mujeres, y vuelven a girar la rueda, y aman ellos mismos en el peor de los tiempos...

Si se compara la sociedad con un cuerpo humano, estas gentes pueden ser consideradas uñas encarnadas. De aquí, de los barrios, de estas familias hechas al apuro, que nacen destruidas, chicos y chicas que repiten la idiota historia del coito de emergencia, surgen los dolores de estómago de esa cosa social llamada ciudad.

Son muchachos que aprenden de inmediato el uso de armas, o dónde hay que presionar el cuerpo del transeúnte para que pierda el equilibrio y no se entere ni cómo ni cuándo le quitaron la cartera. Son chiquillos que saben de puños, cuchilleros, drogadictos, casos perdidos que dan miedo, más si te ponen el puñal en la garganta, y tienen en la mirada un brillo del infierno, que hace que uno se pregunte ¿Y por qué me odia tanto? ¿Yo qué le he hecho?

El periodista creció en uno de esos barrios. Y estuvo dentro de la trampa, metido en el útero rancio donde también anidaron matoncitos de aquella estirpe. Un día estaban jugando a la pelota en la esquina, y al otro se batían a duelo con cadenas y palos y hachas de carnicero.

Hoy los vuelvo a ver. Son barcos a la deriva. Las caras marcadas por sus pequeñas guerras perdidas. Por la cárcel. Por la cocaína. Porque se quedaron sin pasado y sin futuro.

Tal vez por eso, porque sé de qué se trata, tomo tan mal que algunos legisladores nuestros estén empeñados en usar su poder para hacernos creer que el remedio para las uñas encarnadas es cortar el pie. Que lo mejor para el dolor de estómago es extirpar el duodeno y punto.

Creen, esos legisladores nuestros, tan prístinos, con su buen y preocupado corazón, su aura de pensadores eximios, piensan que aumentando las penas de prisión a los menores asesinos, detendrán la rueda.

Se olvidan de la corrupción que ellos mismos supuran, de la falta de un sistema educativo moderno, de la ausencia de proyectos serios para detener el aniquilamiento de las familias; se olvidan que los jóvenes panameños no tienen oportunidades, ni dónde estar, dónde jugar, dónde expresarse. Se olvidan que las cárceles (donde los piensan sepultar) son escuelas para aprender a más y mejor matar. ¿Por qué no legislan para cambiar el ambiente hostil donde crecen esos chicos? ¿Por qué la salida fácil de sacar el ojo, en lugar de operar para salvarlo?

¿Será porque lo otro cuesta más dinero y más trabajo y más amor a la patria? ¿Será que no están dispuestos dar ninguna de esas tres cosas? ¿Quiénes son más criminales entonces?

 

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