Pensé: "¿quién me mandó a meterme aquí?", esa tarde del veintiséis de febrero. Estaba tirado sobre un petate mirando el cielo azul desde la cumbre cercana al cerro El Picacho, de San Carlos.
Me disponía a comer algo, cuando mi esposa gritó que unas garrapatas venían corriendo hacia mis piernas.
Hacíamos "turismo interno" por esos bellos cerros que poca gente conoce como sitios turísticos.
Me alegró poder subir la loma sin que me diera taquicardia o me faltara el aire, como piensan algunos médicos de las personas de la Tercera Edad.
Lo de las garrapatas no me alegró. Recordé cuando era niño y con mi hermano Orlando correteábamos por cerros del Valle de Antón.
Sufrir días de picadas, ardores y ronchas era la consecuencia de tropezar sin querer con las garrapatas de caballos y vacunos.
Pero como dicen en Parque Lefevre, "sarna con gusta no pica"...
Al bajar dicho cerro vimos a más de diez jóvenes tratando de pescar en la hermosa laguna" de Arnulfo", como la llamaban antes.
También traté de pescar algo... pero lo dejé luego de diez minutos de fracasar. No tengo tanta paciencia...
Llamó la atención la cantidad de enormes fincas con casas costosas que han aparecido en la carretera hacia La Laguna, que por cierto está asfaltada.
Al día siguiente, todavía con dolores en las pantorrillas, decidimos ir al poblado de Río Indio.
Están haciendo una carretera de dieciocho kilómetros desde La Mesa, en el Valle de Antón.
No nos atrevimos a bajar el automóvil y caminamos casi una hora, loma abajo, disfrutando del aire limpio, los árboles y el canto de cigarras, anunciando la Semana Santa.
Adultos y niños nos saludaban desde las pocas casas que hay a orillas del camino.
Impresionantes terrazas llenas de agua servían para cultivar el berro.
La señora María de la Cruz Rodríguez y Apolinar Pérez nos dijeron que falta una buena carretera y luz eléctrica.
Cuando tuvimos que meter tres veces los zapatos en las frías aguas de quebradas, volví a pensar: "¿quién me mando a meterme aquí?".
La respuesta es sencilla. ¡Nadie! Nosotros mismos apostamos por el "turismo interno" lleno de naturaleza y hermosos paisajes, aunque los sitios sean lejanos y exijan caminar mucho.
Panamá es bonito. Lo feo son algunos panameños, como los politiqueros, que le hacen daño.
Quizás no entremos en las estadísticas sofisticadas del Instituto de Turismo. Pero seguiremos haciendo turismo interno... con garrapatas, mojadas de pies y sudor...