Los adelantos científicos en el orden de la medicina han logrado un espectro del cual se debe guardar cuidado por la enormidad de su amplitud. El ser humano actual, en nuestro caso mi país, ha traspasado lo septuagenario para entrar en el período octogenario, fenómeno peligroso, cuyos indicios temerosos no podremos defender. ¡Larga vida, mayor consumo!
Todos pensamos que el porvenir debe guardar lo promisorio, pero en mi difuso universo mental concibo un sinnúmero de amenazas que estremecen el ego de forma patética con síntomas familiares a la derrota ruinosa y definitiva, donde se puede señalar el comienzo de una era desgraciada.
Los alimentos experimentan un alza sin dominio de tipo vertiginoso y de incidencia deplorable, secundada de motines en muchos países del mundo, sufriendo el precio triplicado de algunos productos como el arroz, maíz y otros granos, contribuyendo a fomentar escandalosamente los grandes bolsones de pobreza, sacudidas increíbles y peligrosas muy duras de igualar. El agua, ¿quién no percibe que ya está en crucial instante de disminución? El agotamiento es tal que las represas bajan ruidosamente su nivel natural, presionado por el calor atmosférico; no podremos evadir la evidente racionalización del producto espontáneo. El aire se encuentra en proceso de cambio, especialmente en las urbes lo detectamos con olor, una de las particularidades que lo torna impuro, implicando un tormento en el intercambio químico que nos provee de sangre pura en el organismo, donde existe predominio de la existencia. El petróleo que mueve el mundo está en carestía, cumpliendo las punitivas cuotas y ya extinto, veremos las poderosas maquinarias abandonadas como símbolo de un progreso que pasó. Y la tierra ya no pare los frutos lozanos de ayer.
Ruina vergonzosa que impacientará la sociedad tratando de mover los macizos cimientos del planeta que ya empiezan a presentarse desganados sin los bríos de la prometedora pujanza lucrativa.