Hace poco acudí a un local del Casco Viejo, donde los fines de semana presentan grupos musicales. El negocio combina la venta de comida y licor con la parte artística. El propósito es hacer más agradable la estadía a sus clientes.
Sin embargo, hay algunas personas que carecen del mínimo respeto por los profesionales de la música. Acuden al local y en vez de apreciar el talento, inician una tertulia a toda boca con sus compañeros de mesa.
No hay duda que este tipo de elemento no tiene el mínimo grado de educación. Para mayor pena, la persona que más gritaba, pues en realidad no conversaba, era una dama.
Daba pena como otra dama, aparentemente extranjera, hacía el conocido “sh, sh” no para espantar gallinas, sino para pedirle silencio a la boca de megáfono.
Si el propósito de los escandalosos era conversar, lo correcto era buscar otro lugar, para no afectar al resto de las personas y a los músicos que tratan de brindar un espectáculo.
Al mismo tiempo, es desagradable que otras personas tengan que escuchar lo que usted debate con sus compañeros de mesa.
El gritar es sinónimo de mala educación o de confrontar problemas auditivos. Tiene dos opciones: baja el volumen o acude a un centro auditivo especializado. |