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Cincuenta, ni uno más

Hermano Pablo | Reverendo

Él le dio a ella un bello ramo de flores y le dijo: «Son por los primeros veinte años de tu vida, los más hermosos del mundo.» Una década más tarde, ya casados, él le dio otro hermoso ramo de flores y le dijo: «Son por los treinta años mas divinos del mundo.» Pasó otra década, y Carlos le regaló a Daniella otro ramo de flores. «Por los cuarenta años más encantadores del mundo, » le dijo.

Pero al llegar la quinta década de la vida de Daniella, ocurrió algo insólito. La mujer se metió en la bañera, puso un calentador eléctrico en el agua y le dijo a su esposo: «Conecta la corriente. Ya no quiero vivir más.» Y murió electrocutada al cumplir los cincuenta años de edad.

Daniella había hecho un pacto consigo misma: de no pasar de los cincuenta años de edad. Le tenía terror a la vejez, a las canas, a las arrugas. No quería verse vieja. No quería perder el encanto de la juventud. Y de común acuerdo con su esposo, decidió electrocutarse en la bañera. Fue un extraño caso de suicidio, pues aparte de ese motivo -no querer verse vieja- Daniella no tenía ninguna razón para abandonar el mundo de los vivos.

La vejez nunca será motivo suficiente para quitarse la vida. Pasados los cincuenta años, la vida puede y debe seguir estando llena de actividad, de alegría y de esperanza.

Hay una antigua fórmula para vivir que dice: «Hay que vivir veinte años como un muchacho, veinte como un luchador, veinte como jefe de familia y otros veinte y más recogiendo los frutos de su labor para terminar los años en paz.» Total: ochenta y más años de buena vida humana conforme a la imagen de Dios.

Para el que no tiene esperanza, la vejez es una calamidad. El que no tiene fe piensa que esta vida es un desperdicio. El que no reconoce la soberanía de Dios se conduce como barco a la deriva. Pero el que cree en Cristo, el que ama a Cristo, el que sigue a Cristo, aprecia la vida de un modo muy distinto. Nunca piensa en el suicidio. La vida en Cristo tiene demasiado propósito, demasiada razón de ser. Tiene además demasiada esperanza y demasiada energía. En Cristo nunca se piensa en el suicidio, y menos porque se llegue al medio siglo de vida.

Con Cristo como nuestro Salvador y Señor, cada día de nuestra vida será el encanto que Dios quiso que fuera, sea ésta corta o larga.




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