En las oficinas de la embotelladora Aguas Cristalinas, en la urbanización industrial La Locería, el ritmo de trabajo es de locos.
En la recepción, dos secretarias tienen cada una un teléfono en una oreja y un celular en la otra.
Los estantes de almacenaje, normalmente repletos de garrafones en espera de ser enviados a domicilio, están vacíos. Todo lo que se produce va inmediatamente a los transportes. En el camino hacia su destino (principalmente hoteles y restaurantes), los vehículos son literalmente "asaltados" por ciudadanos ofreciendo comprar un garrafón, pero toda la producción está ya comprometida.
Así está la situación desde hace casi un mes para esta y el resto de 20 empresas que venden agua embotellada en el país. Desde que inció la crisis de producción de agua en el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales (IDAAN), la demanda se ha disparado a más del triple.
Es una presión bienvenida. En el caso de Aguas Cristalinas, la planta está produciendo a capacidad: 43 mil galones que ya están vendidos antes de que la primera gota comience el proceso de purificación.
"Si no hubiésemos colocado hace dos días el letrero en la entrada de que sólo atendemos al público desde el mediodía, estaríamos como hasta la semana pasada, con más de 100 personas allá afuera pidiendo agua", explica el gerente Raúl Montenegro.
Son momentos como estos los que fundadores de este empresa veían venir cuando se fundó la empresa hace 25 años, en tiempos en que el agua que salía del grifo en Panamá era considerada "la mejor del mundo", y cuando una iniciativa como esta era vista con ojos de incredulidad.
"Todos los panameños somos los culpables de que la calidad de nuestra agua se haya ido al piso", cuenta Montenegro.
COMO ES LA DE LA BOTELLA
Aguas Cristalinas obtiene agua cruda de la red pública, y en su deficiencia, de pozos en Capira y Cerro Azul, cuyo acarreo hasta la planta cuesta 300 dólares por viaje.
En los resultados del análisis previo que Aguas Cristalinas hizo al agua del IDAAN que recibió el pasado 5 de enero, el líquido registraba 67 partes por millón de partículas sólidas, muy por encima de lo recomendado para el consumo humano. Para cualquier capitalino no hubiese sido necesario ver el agua en el microscopio, ya que la que salió del grifo hace dos días tenía la apariencia de chicha de tamarindo con raspadura. Una diarrea garantizada.
De ahí, el líquido pasa por un proceso de siete etapas: Filtración con arena, filtración con carbón, suavizador, desinfección ultravioleta, ósmosis inversa, desinfección ultravioleta 2 y una inyección de gas ozono para conservar el agua por más tiempo. Luego de estos pasos, el agua está lista para embotellar y vender.
Aún se desconoce cuántos días más durará la crisis del agua. Los pronósticos del tiempo para las próximas semanas dan cuenta de varios frentes fríos que seguirán ocasionando lluvias y por ende la turbiedad del agua podría mantenerse.
La situación actual está poniendo a prueba la capacidad de la ciudad de adaptarse a una nueva realidad, en la que el agua del grifo ya no es el líquido inoloro, incoloro, insípido e inofensivo al que estábamos acostumbrados.
Hasta que las aguas se calmen, la ciudad y la periferia tendrá que depender de las empresas embotelladoras de agua para poder saciar su sed.